Hoy como a través de la radio hemos creo que, bastante bien aprendido a diferenciar una abeja de una avispa, o al menos tenemos claro cuáles son sus diferencias y sus similitudes.
Las abejas, con su danza incansable entre las flores, no solo nos regalan miel, sino también la vida misma, al ser guardianas silenciosas de la polinización. Son símbolo de dulzura, trabajo en equipo y armonía con la tierra. Sin embargo, también saben defender lo que aman, y su picadura, aunque dolorosa, es muchas veces el precio de su entrega total.
Las avispas, por su parte, no gozan de la misma fama, pero tienen su propio valor. Son fieras, ágiles, protectoras de su espacio, y cumplen su función como cazadoras que equilibran el mundo de los insectos. Aunque su carácter puede parecer hostil, también forman parte de esa red invisible que sostiene la vida.
Así, entre lo bueno y lo malo, entre la miel y el aguijón, aprendemos que cada ser, tiene su lugar, su luz y su sombra. Comprenderlas es amarlas a la distancia justa, admirar su propósito, y aceptar que incluso lo que tememos puede tener una razón de ser.