Hoy a través de la radio, hemos viajado 4 siglos en el tiempo para recordar una historia que aun perdura en la villa candasina del concejo de Carreño.
En 1624 los delfines y calderones que frecuentaban las costas asturianas, no se les ocurrió otra cosa, que alimentarse de un pescado, que, según los pescadores de la zona, tenía dueño.
Pues ni cortos ni perezosos, y encabezados por el cura del pueblo, interponen una demanda ante el Obispo de Oviedo, tan surrealista y rocambolesca, como lo es, a veces la historia de nuestro país.
Abogado, fiscal, santa inquisición, notario y testigos embarcan hacia alta mar para dar comienzo a un juicio, que digo yo parecía amañado.
Los delfines a todo esto tenían abogado defensor y argumentaba que, siendo criaturas de Dios, y en su derecho de alimentarse, estaban ahí antes que los habitantes de Candás.
Como diría aquel, protesta denegada, los pescadores tenían más derecho, se dicta sentencia ordenando a los delfines que abandonen aquellas aguas con la amenaza de ir al infierno, ¡habría que ver sus caras!
Los delfines no han vuelto o al menos no los hemos visto, los pescadores siguen pescando, y la justicia después de 400 años pues ahí ahí, en fin, pelillos a la mar.