A finales del siglo XVIII, la sociedad inglesa, especialmente la clase media y alta, comenzó a preocuparse especialmente por la higiene y el cuidado personal. Esta tendencia no fue solo una cuestión de salud, sino también un marcador de estatus social. Una piel clara y bien cuidada distinguía a la población más pudiente de las clases trabajadoras que tenían su piel más oscura y con marcas por sus labores al aire libre o en los ambientes industriales. Mantener la tez lo más blanca posible se convirtió en un ideal de belleza y refinamiento, de manera que se disparó la venta de productos de tocador, como el jabón, que hasta entonces eran poco elaborados e incluso perjudiciales.