Adriano ascendió al trono imperial en el año 117 d.C, tras la muerte de Trajano. Su reinado se caracterizó por una intensa actividad viajera, con el emperador visitando numerosas provincias del Imperio Romano. Estos viajes no solo tenían como objetivo la inspección de tropas y el fortalecimiento de las fronteras territoriales, sino también la modernización de las infraestructuras y el embellecimiento del Imperio.