Marishka, al principio desconfiada, se vio cautivada no solo por su fuerza, sino por su vulnerabilidad oculta, por la tristeza que habitaba en su corazón inmortal. En él vio a un alma gemela: solitaria, atormentada, pero capaz de amar con una intensidad que desafiaba lo humano. Y cuando Drácula, con manos temblorosas, le ofreció el beso que la transformaría para siempre, ella no dudó. Lo aceptó no por miedo, ni por obligación, sino por amor