Verona fue la primera, la más antigua y posiblemente la más letal de las novias de Drácula. Nacida en los sombríos valles de los Cárpatos, mucho antes de que Europa se cubriera de castillos y cruzadas, Verona era una sacerdotisa pagana, adoradora de la luna y conocedora de antiguos secretos. Su belleza era tan sobrenatural como su destino: piel pálida como el mármol bajo la luna, ojos de un ámbar profundo que hipnotizaban con solo una mirada, y cabellos negros como la medianoche que parecían moverse con vida propia. Cuando Drácula la encontró, no la sedujo: la eligió. Pero Verona no fue víctima; fue cómplice. Ella aceptó la oscuridad con una sonrisa, fascinada por la promesa de la eternidad, del poder y del amor que lo consume todo. Desde entonces, se convirtió en su confidente, su amante más leal y también la más celosa. Aunque Drácula ha tenido otras, ninguna ha logrado arrebatarle el trono que Verona ocupa en su corazón maldito. Cruel, seductora y hambrienta de placer y sangre, Verona camina entre las sombras como una reina sin corona, con la elegancia de una diosa y la ferocidad de una bestia. Sus besos pueden dar muerte o delirio, y su voz es un canto de sirena que arrastra a los hombres a la perdición.