Antiguos autores han dividido el tema de la moral en siete virtudes: cuatro de ellas son denominadas “virtudes cardinales” (aquellas que toda persona civilizada reconoce) y las otras tres son denominadas “virtudes teologales” (aquellas que solo los cristianos reconocen). Las virtudes cardinales son la prudencia, la templanza, la justicia y la fortaleza.
La prudencia significa tomarse el trabajo de pensar lo que se hace y las consecuencias probables que ello puede tener. De hecho, Cristo dijo que podríamos entrar a su mundo teniendo el corazón de un niño pero la cabeza de un adulto. El lema es “se buena, dulce doncella y no olvides que esto implica ser tan habilidosa como puedas”.
La templanza, se refiere a disfrutar los placeres hasta un límite pero no más allá.
La justicia, es el antiguo nombre para todo lo que ahora llamaríamos rectitud.
La fortaleza incluye los dos tipos de valentía, la que enfrenta el peligro y la que se aguanta el dolor. No se puede practicar ninguna de las otras virtudes sin recurrir a esta.