Share Lección de Escuela Sabática
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¿Cuántos recordamos nítidamente haber tenido de pequeños una enfermedad grave o un principio de neumonía, y que podría haber sido aún peor? Al despertarnos en medio de una larga noche con fiebre, veíamos a nuestra madre o a nuestro padre sentados en una silla junto a nuestra cama, bajo el suave resplandor de la luz de noche. De la misma manera, en un sentido humano figurado, Dios se “sentó junto a la cama” de un mundo enfermo de pecado mientras la oscuridad moral comenzaba a profundizarse en los siglos posteriores al Diluvio. Por esta razón llamó a Abram y, a través de su fiel siervo, concibió establecer un pueblo a quien él pudiera confiarle el conocimiento de sí mismo y darle salvación. Por lo tanto, Dios hizo un pacto con Abram y su posteridad.
Las bacterias son organismos vegetales demasiado pequeños para verlos sin un microscopio. Una sola bacteria redonda común no parece más grande que la punta de un lápiz, incluso después de haber sido amplificada mil veces. Dadas las condiciones favorables para el crecimiento (suficiente calor, humedad y alimento), las bacterias se multiplican a un ritmo extremadamente rápido. Por ejemplo, algunas bacterias se reproducen por simple fisión (división): una célula madura simplemente se divide en dos células hijas. Cuando la fisión tiene lugar a cada hora, una bacteria puede producir más de 18 millones de bacterias nuevas en 24 horas. Al cabo de 48 horas, habrán aparecido cientos de miles de millones de bacterias.
Este fenómeno microscópico en el mundo natural ilustra el rápido crecimiento del mal después de la Caída. Dotada de intelectos gigantes, salud robusta y longevidad, esta raza vigorosa abandonó a Dios y prostituyó sus facultades excepcionales tras la iniquidad en todas sus formas. Si bien las bacterias pueden ser exterminadas por la luz solar, los productos químicos o las altas temperaturas, Dios eligió detener aquella rebelión desenfrenada mediante un Diluvio universal.
La semana pasada, nuestro análisis llegó hasta la caída de la humanidad, causada por el pecado de nuestros primeros padres. Esta semana en este repaso de escuela sabática, es un breve resumen de todo el trimestre, ya que dedicaremos un día a cada uno de los primeros pactos que, a su manera, fueron manifestaciones de la verdad presente del verdadero pacto, que se ratificó en el Calvario con la sangre de Jesús, y que nosotros, como cristianos, hicimos con nuestro Señor.
Un día, un niño de doce años que acababa de leer un libro sobre astronomía se negó a ir a la escuela. Su madre llevó al niño al médico de familia, quien le preguntó: Billy, ¿Qué te pasa? ¿Por qué ya no quieres estudiar ni ir a la escuela? Porque, doctor –dijo–, leí en este libro de astronomía que un día el Sol se quemará y toda la vida de la Tierra se desvanecerá. No veo ninguna razón para hacer nada si, al final, todo se extinguirá. ¡Eso no te incumbe! ¡No es asunto tuyo! –exclamó la madre, histérica. Pero, Billy –le dijo el médico con una sonrisa–, no tienes que preocuparte, porque para cuando eso suceda, todos estaremos muertos de todos modos. Por supuesto, ese es parte del problema: finalmente, de todos modos morimos. Afortunadamente, nuestra existencia no tiene que terminar en la muerte. Al contrario, se nos ha ofrecido vida, vida eterna, en un mundo renovado.
“Debemos aprender en la escuela de Cristo. Solo su justicia puede darnos derecho a una de las bendiciones del pacto de la gracia. Durante mucho tiempo hemos deseado y procurado obtener esas bendiciones, pero no las hemos recibido porque hemos fomentado la idea de que podríamos hacer algo para hacernos dignos de ellas. No hemos apartado la vista de nosotros mismos, ni creído que Jesús es un Salvador viviente. No debemos pensar que nos salvan nuestra propia gracia y nuestros méritos; la gracia de Cristo es nuestra única esperanza de salvación. El Señor promete mediante su profeta: ‘Deje el impío su camino y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia; al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar’ (Isa. 55:7). Debemos creer en la promesa en sí, y no aceptar un sentimiento como si fuera fe. Cuando confiemos plenamente en Dios, cuando descansemos sobre los méritos de Jesús como en un Salvador que perdona los pecados, recibiremos toda la ayuda que podamos desear” (FO 35).
En Isaías 55 y 58, el profeta hace un llamado a su pueblo para. que renuncie a sus pensamientos y sus caminos y regrese a Dios, cuyo ideal para su felicidad es mucho más elevado que el de ellos. Perdona misericordiosamente y luego insiste en que los perdonados sean misericordiosos, en armonía con el espíritu del Día de la Expiación y el sábado, porque el don del perdón de Dios, si se lo recibe verdaderamente, transforma el corazón.
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