Superados todos los sambenitos y etiquetas impuestas (“cantautor
patagónico”, “el Thom Yorke argentino”, etc.) tras el aterrizaje de aquellos
tres primeros álbumes icónicos que forjaron la identidad no solo del propio
Lisandro Aristimuño, sino más bien de una canción de autor que dialogaba
directamente con las herramientas de producción que la música del Siglo XXI
ponía a nuestra disposición; da la sensación de que el rionegrino lleva ya
unos cuantos años a su aire, cada vez más cómodo en la calidez de lo doméstico,
y a la vez en la reafirmación ante su público de que es un compositor
prácticamente infalible y poseedor de una identidad sin igual.
Y si bien quizás aquel “Las crónicas del viento” de hace
más de una década fueron su punto más irregular creativamente hablando, su
etapa más liberada y autárquica parece haber encontrado la horma de su zapato
en su flamante nuevo álbum. “Criptograma” no solo es el cuarto ejercicio de
estudio que publica a través de su propio sello (Viento Azul), sino que es el
primero que graba en su propio estudio, recuperando ciertos tics y maneras de
aquel Aristimuño de sus primeros álbumes: equilibrando la balanza entre el
trabajo doméstico, las programaciones electrónicas y la dinámica que le da su
banda, los Azules Turquesas, que llevaban sin grabar en estudio con él
desde “Mundo Anfibio”, publicado hace ocho años.
De ahí que este nuevo cancionero, de corte más oscuro
que luminoso (excelente para profundizar en las sombras del encierro confinado)
deje trazas de todos esos mini-Lisandros que coexisten en él: el de la
montaña de loops (“Levitar”), el que suena a los Radiohead de “Hail to the Thief”
(“Loop”), el que se acerca al León Gieco más combativo y folk-rockero (esa suerte
de canción protesta que firma junto al rapero WOS: “Comen”), el que suena al
Spinetta más buceador (“Sombra 1”), el que suena sinfónicamente cantautoril (“Hoy
no fue ayer”, junto al icono de la música incidental e instrumental Lito
Vitale), el que busca mirar la música tradicional desde la mirada de Bon Iver (“Baguala
1”), el que resuena a un cruce entre The Postal Service y Fito Páez (“Nido”)…
pero, el que siempre, pero siempre, suena a Lisandro Aristimuño.
Alan Queipo