Comencé mi turno nocturno en un casino llamado Eterna Fortuna, atraído por una oferta de trabajo demasiado buena para ser real. Al llegar, encontré una lista de reglas extrañas: no mirar a los ojos de los clientes, no tocar fichas negras sin guantes, evitar puertas que no deberían estar allí. Al principio, parecían bromas, pero pronto descubrí que este lugar no era un casino normal. Aquí, los clientes no apostaban dinero, sino partes de sí mismos: recuerdos, esperanzas, almas. Cuando rompí una regla, el casino cambió. Se convirtió en algo vivo, algo que quería reclamarme. Ahora sé que no se puede escapar de Eterna Fortuna. Tal vez salgas, pero el casino siempre se queda contigo.