Vivíamos bajo reglas extrañas para protegernos de mi hijo, Tomás. La primera era nunca hables de las cosas extrañas que veas; la segunda, nunca permitas que los animales se acerquen a tu hijo; y la tercera, nunca permitas que Tomás toque instrumentos musicales. Durante años, esas reglas parecían funcionar, pero cuando una de ellas se rompió, comprendí que no eran para protegerlo a él, sino para contener algo mucho más oscuro.