Dormir 8 horas, trabajar 8 horas, vivir lo que se pueda en las otras 8.

Ese es el modelo que heredamos.

Una arquitectura del día diseñada no para nuestro bienestar, sino para nuestra productividad.

Nos dijeron que si no dormís 8 horas seguidas tenés un problema. Que si te despertás de madrugada, algo está mal. Que descansar fuera de ese patrón es ineficiente, anormal, insano.

Pero… ¿y si no fuera así?

Durante siglos, la humanidad durmió en dos partes. Lo que hoy llamamos insomnio era, en realidad, un tiempo fértil, compartido, silencioso y lúcido. Una vigilia intermedia donde se contaban historias, se reflexionaba y se pensaba sin apuro. Un tiempo para encontrarse consigo mismo o con los otros, sin prisa y sin miedo. Un tiempo para interrumpir el mundo, no para rendirse a él.

La Revolución Industrial transformó el sueño en una herramienta de rendimiento. Nos robó el desvelo como espacio de alma, y nos lo devolvió como síntoma.

Porque si te encontrás con vos, con tu cuerpo, con otro… puede pasar algo peligroso para el sistema: podés empezar a pensar. A cuestionar. A sentir. A preguntarte si la forma en que vivís… es la forma en que querés vivir.

Este episodio de Noches de Diván no es una meditación para dormir.

Es un relato que te devuelve una parte perdida de tu historia.

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