Lorena
Álvarez ya estaba allí antes de que una generación un poco más joven que ella
(nació en el 83, en San Antolín de Ibias) pusiera de moda eso de recuperar las
tradiciones musicales regionales desde una óptica contemporánea. Ahora que es tendencia lo que ya
apuntaba en su seminal debut en largo junto a Su Banda Municipal (2012), la
asturiana graba un EP sin concesiones al algoritmo, fruto de una
residencia artística durante agosto de 2020 en los valles de los Pirineos de
Huesca junto a músicos amateurs de la zona: tañedores de laúdes, bandurrias y
guitarras.
“Para mí la
música tradicional es la esencia y no el adorno, es la raíz y no la rama y es
la casa del misterio más primigenio, con muchas puertas disponibles para que
las abramos y exploremos en qué consiste ese misterio”, dice la autora. Sin
artificios, como esa corriente de agua imperceptible que arrastra todo a su
paso y sin la cual no habría vida alrededor, sus canciones llegan a lo más profundo
porque están cargadas de emoción y verdad.
Hay algo radical en la carrera
de Lorena Álvarez, un
idealismo que no entiende de épocas ni de fronteras. Tan pronto conoce a un
conjunto de danzas folclóricas del Perú durante un paseo por el parque del
Retiro y les invita a subir al escenario de uno de sus conciertos más
importantes al inicio de su carrera en Madrid
(sucedió a finales de 2012) que se alía con el coro del centro social Ladinamo o, como ahora,
acude a la esencia misma de la tierra para inspirarse. Haga lo que haga,
Lorena Álvarez nunca deja de ser sí misma, y eso, hoy, es todo un hallazgo.
José Fajardo