Lo que nos diferencia de los animales no es nuestra inteligencia ni nuestra capacidad de hablar. Ni siquiera nuestros maravillosos pulgares oponibles que nos dan tanta diversión (Hablo de jugar a la consola MALPENSADOS). Lo que realmente nos hace diferentes es nuestra sorprendente capacidad de ODIAR.

Somos el único animal que se toma la molestia de hacer sentir mal a otros. No me imagino a un perro dedicando sus tardes a soltar en los árboles meadas en las que se huelan ofensas veladas. A un gato sí, fíjate, pero es que pasan demasiado tiempo entre humanos. Nuestra superioridad evolutiva condensada en un solo gesto. Y eso es maravilloso. Especialmente en una época en la que el límite está en nuestra imaginación.

Indignarse por lo guarras que están las calles de Madrid aunque vivas en Sebastopol, engañar a un famosillo para que piense que va a ir a Sálvame o dedicarle cuatro horas a intentar convencer a un desconocido de que NO debería disfrutar con ESA serie están hoy a la distancia de un clic. ¡Nosotros esperando coches voladores y resulta que el siglo XXI era esto!

Dar tu opinión sin que nadie la haya pedido y causar un efecto con ello. El sueño húmedo de cualquier cuñado y, por tanto, también de la parte más oscura de cada uno de nosotros.

Acompáñennos es este viaje sin guión ninguno, y con abrupto final, en el que hablaremos un poco de haters y trolls y un mucho de espectáculos eróticos en los que se enamoran podcasters y de la espeluznante relación entre Franco y la escasez de panderetas mesetarias porque, qué narices, nosotros también sabemos trolear un poco.

Que ustedes lo disfruten. O no.