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El primer día que la conocí, le pregunté si la podía llevar al Café Viena, un restaurantucho en la esquina de la calle 76 Oeste y la avenida Columbus. Cada noche se atestaba de cientos de judíos fragmentados; cada uno de nosotros tenía a alguien a quien buscar. Mostraban fotografías y escribían los nombres de los desaparecidos en la parte interna de las cajas de cerillos. Todos nos encontrábamos a la deriva, los perdidos vivientes, tratando de hacer alguna conexión en caso de que alguien hubiera escuchado algo de otra persona persona que acabara de llegar - que hubiera sobrevivido- o que tuviera información.
By Maria de los Angeles Hernández GonzálezEl primer día que la conocí, le pregunté si la podía llevar al Café Viena, un restaurantucho en la esquina de la calle 76 Oeste y la avenida Columbus. Cada noche se atestaba de cientos de judíos fragmentados; cada uno de nosotros tenía a alguien a quien buscar. Mostraban fotografías y escribían los nombres de los desaparecidos en la parte interna de las cajas de cerillos. Todos nos encontrábamos a la deriva, los perdidos vivientes, tratando de hacer alguna conexión en caso de que alguien hubiera escuchado algo de otra persona persona que acabara de llegar - que hubiera sobrevivido- o que tuviera información.