Ese sol de verano en el campo, eso sol, no otro, distinto de cuántos soles que me has alumbrado, ese sol de me daba sed. Los caballos trotban, quizás sedientos también. Marcial el administrador, me llevaba al anca de su alazán. Alfonso montaba su propio caballo, apenas capaz de sujetar las riendas, enormes tenazas de cuero frente a su cuerpo minúsculo. Pía en su anca. Mamá, preciosa y olorosa, iba tendida con mi abuela en la carreta.