El verdadero cambio en la vida, ya sea en la economía, las relaciones o cualquier otro aspecto, no se logra a través de la acumulación de más bienes materiales, sino a través de un cambio interno. Este cambio interno, que incluye nuestras creencias, emociones y deseos, es impulsado por el Espíritu de Dios. Al cambiar nuestro espíritu, cambiamos nuestras acciones y, por ende, nuestra realidad material. El mundo se mueve no por lo que vemos, sino por lo que somos y lo que llevamos dentro.