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En una polvorienta urna del Museo Arqueológico de la ciudad de Kalamata descansan los oxidados fragmentos de Escarlata, la espada de Ájax de Beocia, y, junto a ella, algunos pliegos originales e inevitablemente arrugados por el paso del tiempo de sus incomparables Églogas de Cylene, obra que, a nuestro parecer, contiene algunos de los más insignes versos de la literatura occidental. Han pasado más de dos mil años desde que rompiera su espada y la sangre del héroe humedeciera la tierra.
Hay referencias que señalan lugar y hora de su muerte, sus gestas y su ascenso político, pero nadie conoce su origen; no existen datos acerca de su nacimiento o familia, y, por sus palabras, por su poesía, se diría que era un pequeño dios, ya que él afirmaba ser hijo de sí mismo y haber visto la luz por vez primera en un campo de batalla.
En una polvorienta urna del Museo Arqueológico de la ciudad de Kalamata descansan los oxidados fragmentos de Escarlata, la espada de Ájax de Beocia, y, junto a ella, algunos pliegos originales e inevitablemente arrugados por el paso del tiempo de sus incomparables Églogas de Cylene, obra que, a nuestro parecer, contiene algunos de los más insignes versos de la literatura occidental. Han pasado más de dos mil años desde que rompiera su espada y la sangre del héroe humedeciera la tierra.
Hay referencias que señalan lugar y hora de su muerte, sus gestas y su ascenso político, pero nadie conoce su origen; no existen datos acerca de su nacimiento o familia, y, por sus palabras, por su poesía, se diría que era un pequeño dios, ya que él afirmaba ser hijo de sí mismo y haber visto la luz por vez primera en un campo de batalla.