Si hay algo que atravesamos las madres, son los cambios corporales (y la incomodidad que eso genera) durante el embarazo, parto y posparto. Ni que hablar para aquellas mujeres que tienen que exponerse a tratamientos de fertilidad, las intervenciones y los cambios a atravesar son muchísimos.
Es cierto que cada vivencia es única, por lo tanto para cada mujer será diferente la forma de experimentarse en su ser cuerpo en estas etapas. Pero hay mandatos que rigen para todas, miradas y juicios que desde la interacción social generan presión, incomodidad y también enojo, dolor, malestar, aislamiento.
Gestar implica cambios en todos los planos de la persona, el cuerpo es lo que vemos, pero las emociones también cambian y la forma de pensar posiblemente también.
El cuerpo embarazado es controlado mensualmente en el médico, la panza es un punto de atracción para manos ajenas, pareciera que el embarazo da permiso a un toque no consentido…
“Qué hinchada que estás!!” “ALgo vas a tener que hacer para bajar esa panza” “Tenés que cuidarte, te vas a llenar de arrugas” “Ni se nota que estuviste embarazada”... estas y un montón más de opiniones no pedidas que llegan a los oidos maternos.
Y si, el cuerpo que somos cambia, evidentemente, gestó una persona en su interior y se abrió para ayudarle a nacer.
Estos cambios requieren de un proceso de adaptación y acomodación, de amigarme con mis nuevas formas y de aceptar los cambios; y para ello precisamos duelar la persona que éramos.
La crisis es evolutiva, es decir, esperable en la vida, mas no deja de ser dolorosa, sorprendente y profunda.
Y no, no ayudan los comentarios, las miradas que escanean, las opiniones no pedidas. Colabora mucho más sentirse escuchada y validada en lo que sentimos. También pasará.
Poner el cuerpo tal vez nunca tuvo las dimensiones que la maternidad implica, y hablar de ello nos ayuda a tomar conciencia, sentirnos menos solas y salir del aislamiento.
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