Matrix Estructural de la Realidad y Teología Divina – Parte 1.
Sistema Operativo y Conceptos Cosmológicos de la Existencia.
Por David Saportas Liévano.
Buscamos razones para conformarnos con todo aquello que nos confirme una visión escapista de la vida como supuestos “seres humanos”, así como una ilusión depredativa que satisfaga todos nuestros deseos animales. La trascendencia está completamente ausente de nuestros intereses y vidas, y se reemplaza con caretas de religiosidad y falsas espiritualidades. No es especulación. Lo justificamos de todas las formas posibles al no querer jamás hacer las preguntas correctas constantemente y sin descanso desde que se nace hasta que se muere. Preguntas y búsqueda de respuestas… Esa es la dinámica que se nos exige como punto de partida y seres humanos; esto presupone que NO se acepte tan fácilmente todo lo que la vida nos impone. Pero tampoco presupone que se niegue lo que nos rodea y que todo se deba rechazar tal que nosotros mismos propiciemos nuestra aniquilación o cometamos suicidio. Ni rechazo total, ni aceptación total. Aquí está la sabiduría y el conocimiento verdadero. Es el camino mismo obligado a encontrar y transitar todos y cada uno de nuestros días de vida. La COHERENCIA destella por su ausencia. Necesitará el «camino correcto» de toda la vida para entenderlo.
¿Cómo estar seguro de nuestras conclusiones sobre nuestras vidas y la percepción de la realidad que nos rodea? ¿Cómo saber si son correctas? ¿Cómo tener certeza de que nuestros paradigmas de vida se ajustan exclusivamente a nuestros sentidos tal que se conviertan en la verdad absoluta a pesar de los límites inexpugnables auto impuestos? Enfrentamos la vida, nuestra vida, obligatoriamente con el uso de nuestros sentidos. Digo yo que es la generalidad especulable en toda la “humanidad”. Sin duda alguna también sucede con los animales. Quizás hayan por ahí en algún lado seres “iluminados” caminando entre nosotros que vean y perciban diferente y más allá de la concepción “animal”, y que no percibimos. Pero dudo que sean a duras penas apreciables. Y cuando digo “animal”, no me estoy refiriendo a los animales tal y como los conocemos exclusivamente. También se puede ser un animal intelectual con apariencia de humano. Todos nos hemos desarrollado en base a lo que hemos vivido por medio de los sentidos desde que nacimos con todo el drama que ello que implica, con nuestra herencia genética biológica, espiritual, intelectual; con nuestras definiciones propias divinas de destino, Karma, retos y libre albedrío.
También con lo que nos ha influenciado emocionalmente, con lo aprendido, con lo asimilado, con nuestra educación recibida, tradiciones familiares, con las tradiciones e influencias de nuestro ambiente, de los paradigmas aceptados y mucho más posible de inferir. Seguramente los psicólogos, los sociólogos, filósofos, antropólogos y supongo que nuevas ramas del conocimiento actual tendrán mucho que decir al respecto. Pero nunca en una ínfima posibilidad de acercamiento a lo que la Torá tiene que decirnos. Se puede afirmar que todos concluimos la forma en cómo percibimos nuestra existencia en base a todo aquello que nos ha formado; es decir en base a todo lo que se acaba de mencionar para empezar (porque sin duda que hay mucho más que podría citarse y que nos es desconocido). Es un proceso que nos ha modelado y nos sigue modelando hasta el día de nuestra muerte.
A pesar de que no se le puede adjudicar a lo inmediatamente anterior mencionado, ser las únicas variables de influencia de lo que somos, pues no sólo se trata de una recepción inicial de data de entrada, de configuración del sistema operativo, de asimilación de información, sino también de un proceso de retroalimentación dinámica interactiva de influencia de entrada, de alimento de todo tipo (informativo, sensorial, emocional, intelectual, vivencial, biológico, etc), con el mismo procesamiento interior de nuestro cuerpo, mente, corazón y alma. Es un proceso multicontextual y multidimensional con infinidad de variables perceptibles, pero mayormente imperceptibles. Lo que es lo mismo que decir una ínfima parte consciente y otra indefinida e ilimitada inconsciente o subconsciente.
Pero incluso de poderse en algo comprender lo que significa lo anterior descrito, pues requiere un poder de abstracción, de intelección y aprehensión sólo posible de acceder en magnitud trascendente en la medida que uno mismo sea ya mismo vasija mínima equivalente de forma con lo superior, no obstante, no es una formulación completa como ecuación fundamentada exclusivamente con variables interpretadas tipo metodología en causa-consecuencia. Lo que se quiere resaltar con lo anterior (por confusa que parezca la frase o lo hasta ahora expuesto), es que la realidad en últimas NO es una ecuación. No es exclusivamente Ley Divina, por maravillosa, perfecta e infinita que se pueda, percibir, discurrir y especular. La realidad nuestra y de todo lo que se considere parte de nuestro entorno y creación, es una sustantividad y existencia Divina que va más allá de la Ley Divina Creacional. Es decir, hay un factor inconcebible a nuestras limitaciones como seres finitos. Hay una Voluntad Divina indefinible. La podemos llamar Dios, pero no es nuestra presunción infantil acorde a lo que somos en la actualidad o lo que podríamos llegar a entender en un futuro bajo las mejores perspectivas de evolución y superación corrida por nuestra cuenta.
Desde nuestra perspectiva, ya seamos ignorantes o eruditos con fundamento real y verdadero en los secretos de la revelación Divina aprobada a nuestra existencia, la aproximación de comprensión al concepto y realidad de la divinidad con la palabra Dios, estará prácticamente al mismo nivel, ya se sea erudito o ignorante. Y sin embargo, la distancia entre el ignorante y el erudito bien puede ser de magnitudes inconmensurables. Y para nada podría considerarse justificación al ignorante, ni mucho menos desdeñable. En el erudito será un fruto que deberá reconocerse en su excelso mérito y como algo deseado producto de arduo esfuerzo y superación. Y sin embargo, no podrá considerarse como meta alcanzada en lo que realmente sería el significado de Dios. Dado que por definición en sabiduría se sabe que Dios es incognoscible, pues sea como sea, jamás podremos abrogarnos conocerlo por nuestros propios méritos, merecimiento, virtud, derecho, justicia y valía, en ese sentido nada nos pertenece, ni podríamos gloriarnos a nosotros mismos. En ese sentido los ignorantes y eruditos estaríamos en el mismo punto de partida. Pero que la anterior afirmación no se mal interprete. La ignorancia jamás podrá ser nuestro justificativo.
¿Cómo se demuestra? Con excepción de asociación de cualquier naturaleza de estudio o saber de la Torá, NO es un tema unidimensional. No se corresponde con sólo una línea de pensamiento, una especialidad del conocimiento, una habilidad o destreza en un ramo específico de actividad, de análisis. No es una capacidad de erudición, ni mucho menos un poder de percepción pragmático de la realidad. Dicho de un forma más contundente, NO es un aspecto humanista, aunque de forma obligada nos veamos a movernos y percibirnos bajo dichos límites y parámetros. Pero más rotunda y categórica es la advertencia… Conocer a Dios, salir de las limitaciones de condicionamiento de percepción de la realidad, trascender el conocimiento y salir de la ignorancia, NO se demuestra de forma farisea, siendo este aspecto en su definición más sublime, el más alto de los niveles posibles de alcanzar como supuestos humanos en este mundo. Valga la pena resaltar que ese es el significado del fariseísmo.
Hay una misericordia divina operando en el mundo, en todo el cosmos, en todas las personas existentes, en todas las personas que nos han precedido. Siempre está presente, sea cual sea la historia y cosmología que haya sucedido por quizás eones de tiempos, en toda la vida animal, tanto ahora como anteriormente. Siempre presente igualmente en todo lo que se asocie o se haya asociado a la matrix estructural y sistema operativo que haya sido o sea el fundamento infinito en sabiduría que Dios, se haya dispuesto y dispone sobre toda existencia manifiesta. Se infiere en principio exactamente igual para lo que se revelará en el futuro para una nueva formulación cósmica y de vida, aunque con adiciones aún no operativas, o que no se ejecutaron en el pasado cósmico que nos precede. En el judaísmo lo conocemos como el mundo venidero o la era mesiánica, y que se corresponde con muchas más realidades que nuestros sabios de Israel nos han legado como sabiduría y profecía anticipada. No creo que sean las únicas definiciones nominales de predicción del futuro que sean factibles de inferir.
¿Por qué digo ésto anterior?
Bueno… Son palabras con las que intento introducir algo de claridad a nuestro patético diagnóstico de entendimiento de la realidad y sus consecuencias y qué tan gustosamente aceptamos sin percatarnos del absurdo que nos define en todo sentido. Es de lo que constantemente escribo si lo quiere verificar. Pero este artículo o serie de artículos pretendo sirvan, así sea de forma mínima, aportar una explicación fundamentada en una lógica superior revelada y a la misma vez extrapolada, de lo que se podría denominar los mecanismos raíz del sistema operativo de la realidad, de nuestra existencia, de nuestra percepción, de nuestra consciencia y de nuestra vivencia y destino en términos de karma (aunque éste no sea un término judío), de tikun (rectificación), de placer y dolor, de bendición y maldición, de éxito y fracaso, de alegría y sufrimiento, de vida y muerte, etc. Realmente serían infinitas definiciones vivenciales las que se asocian a las consecuencias de funcionamiento del sistema operativo de la realidad acorde a su estructura matrix raíz. Es imposible una formulación rígida como ecuación. No obstante la formulación general incipiente es obligada y factible abordarla.
¿Cuáles son los argumentos? ¿Cuánto nos llevará entender? ¿Es posible? ¿Quiere usted atajos? ¿No le importa? Quizás cuando le sea factible por lo menos ver una foto panorámica de esta realidad (a duras penas una foto panorámica borrosa, lejana… Muy lejana, sin detalles, sin experiencia), quizás le importe y sepa que la imagen es real y existe. El principio del verdadero entendimiento está en su interés y capacidad de discernimiento entre el bien y el mal… En la separación de ese «pequeño» detalle de infinita magnitud en influencia en nuestras almas. Y es solo el inicio. Es claro que hay innumerables y desconocidas variables que definen no sólo nuestra existencia, sino todas las percepciones sensoriales y no sensoriales que logramos sentir, vivir y experimentar consciente e inconscientemente. Acorde a ello direccionamos nuestras vidas en todo sentido. Nada tiene sentido y nada saldrá a la luz en entendimiento cuando se viven vidas inertes zombificadas. Vidas sin preguntas honestas y sentidas desde lo más profundo de nuestra esencia. Nada será posible extraer del misterio de nuestras vidas si se vive robóticamente, sólo preocupados por nuestra subsistencia en el mejor de los casos.
Desde el punto de vista de revelación y claridad, todo lo que sea posible extraer de nuestra existencia sensorial, humanista, mística y religiosa será no sólo superficial, sino falso y difícilmente estará conectado con el lado oculto dual de la creación… Difícilmente se podrán extraer respuestas reales y veraces. Lo anterior significa que sólo podremos entender lo afirmado, únicamente si ya entendemos en algo qué significa «el lado oculto de la dualidad». Y este se conoce sólo por revelación divina dada en la Torá, bajo dirección de los sabios de Israel. Tampoco podremos pretender obtener claridad haciendo preguntas desde premisas superficiales de nuestra imaginación con presunciones egocentristas y defensas de zonas de confort, cultura, tradición, dogmatismo, religión, etc. Aquí se puede afirmar, que tanto la ignorancia y el conocimiento humanista, religioso, como todo aquello superficial que se concluye asociado a un solo lado de la realidad, con «un sólo ojo», es lo mismo y falso en cuestión de verdad y trascendencia.
Sin duda que hay diferencias entre el ignorante y el supuesto «sabio» de este solo lado de percepción de la vida. Empero igualmente la percepción y aceptación dual de la realidad con «un solo ojo», ya se sea «sabio» o ignorante, califica tanto al uno como al otro, disociado de la verdad y la trascendencia. En lenguaje bíblico (que es el más exacto y certero) se les denomina ciegos y muertos. No es adjetivismo… Es una realidad vivencial trágica. Esto nos atañe a todos. Cada uno de nosotros estamos atrapados en esta percepción incompleta de la realidad, ya seamos el uno o el otro. Ya seamos supuestos «sabios» de este mundo o ignorantes. Hay ventajas y desventajas en cada uno de estos estados (ignorancia o supuesto conocimiento) comparativamente. Todo dependerá de las fuerzas invisibles de constitución de cada uno de ellos. De cada uno de nosotros. Es deseable tener conocimiento de este mundo… Claro. Pero ello conlleva peligros. Y viceversa (no tenerlo). Por ello es necesario el conocimiento de ese otro «lado oculto» de la realidad para poder integrarlo con la sabiduría requerida. La trampa del mundo es mantenerlo alejado de ese “otro lado” que le proporcionaría el conocimiento verdadero y el entendimiento de vida. Si usted cae en la trampa del mundo en completa ignorancia, usted no podrá jamás diferenciar el bien del mal y estará adherido por defecto al mal. Así de simple. El ignorante no puede ser bueno y lo sepa o no, lo quiera o no, será víctima de las consecuencias de adherencia al mal.
A nivel social, cultural, histórico, antropológico, político, económico, filosófico, religioso, humanista, evolutivo e incluso a niveles psicológicos, gnósticos, místicos y esotéricos se intenta dar respuestas anticipadas o predictivas tipo ecuación regulada por variables que pensamos se conocen. Y ello es completamente falso, pues todas las variables estarían mal definidas de entrada, pues se fundamentan en el marco de referencia conocido de nuestro mundo, nuestra historia y recopilación de datos o especulado acorde a nuestras percepciones o interpretaciones de la realidad. Es lo que se reseña más adelante. Es partir de estas elucubraciones que se pretende explicar lo que sucede a manera de teoría o modelación de la realidad, ya sea de forma compleja con todo tipo de formulaciones, incluso matemáticas, informáticas y cuánticas con uso de herramientas sofisticadas como la inteligencia artificial en la actualidad, ya sea con formulaciones especulativas y abstractas desarrolladas con mucha imaginación y supuesta ciencia. Ja. Realmente todo éstos intentos son palos de ciego. Es lo que se analizará a la luz de la revelación de la Torá.
El propósito de estas palabras no se corresponden a una exhortación de vida subjetiva personal acorde a una ética superior. No todo el mundo, o más bien casi nadie estaría interesado en una ética superior trascendental de vida. No tiene por qué importarle, a pesar de las consecuencias, que evidentemente desconoce. Pues como supuesto «ser humano con apariencia humana», supuestamente con potencial intelectual (lo cual podría ser o no ser cierto), en su supuesto libre albedrío (lo cual puede o no ser cierto), tiene potestad de escoger su nivel de consciencia. Bueno… Un animalito NO tiene dicho libre albedrío. Según la sabiduría esencial revelada, NO hay coerción en la espiritualidad. Así que este artículo NO tiene ese propósito.
Tiene como objetivo demostrar que SI existe un conocimiento revelado sobre la estructura matrix operativa de la realidad proveniente de los mundos superiores invisibles a nuestros ojos y sentidos que define absolutamente con verdad y justicia perfecta. Un conocimiento que puede explicar exhaustivamente de forma comparativa con nuestras postulaciones aceptadas como fantasías y utopía completamente ignorantes, todo el caos en el que vivimos, así como la gracia, que no obstante a pesar de vivir de manera destructiva, aún así permite que podamos seguir con vida con infinidad de misericordias inmerecidas, pero que tienen límites en algún momento. Algo que conviene conocer, pero que exige un reto infinito de acercamiento con el estudio de dicho conocimiento (por lo menos en lo que nos corresponde y aprueba celestialmente). La realidad se puede entender hasta donde nos es permitido. Y NO se parece en nada, pero absolutamente en nada, a lo que la vivencia disociada de la Torá (depositada bajo custodia exclusiva en el pueblo judío), pueda especular o ha especulado, por lo menos en lo que sabemos de nuestro tránsito en el tiempo conocido.
No se confunda con mis palabras. Trate de entender más allá de la literalidad de las mismas. Planteo un texto para una disertación híbrida, donde la voz filosófica se funda con una ironía elegante —una ironía que no destruye, sino que revela—. El propósito aquí será explicar en algo misterios de la estructura matrix de nuestra realidad, pero mantener al mismo tiempo la profundidad existencial y añadir una crítica lúcida y mordaz al estado humano, sin caer en cinismo, sino usando el sarcasmo como bisturí espiritual. Bueno… El tema es infinitamente más complejo. La recreación de bucles existenciales desde eones de tiempo de nuestras almas está revelada en la Torá de forma codificada y tiene que ver con el rol fundamental del Mesías de Israel. Se conoce como salvación. Esta recreación entre el destino y el libre albedrío tiene su origen y final en un mismo punto. Las masas borregas no quieren ver porque ya hicieron su elección desde el mismo inicio… «amaron más las tinieblas que la luz».
Comienzo está disertación sobre la matrix estructural de la realidad que nos define con un diagnóstico inicial de nuestra realidad actual y quizás de siempre en cuanto a nuestras vivencias en lo que conocemos y denominamos experiencia física material a través de nuestros sentidos. Obviamente que es imposible hacer un diagnóstico integral y completo bajo las premisas que implican dicho objetivo. Es absurdamente presuntuoso hacer la postulación. No obstante, aclaro ser consciente de dicha tarea e imposibilidad, tal que sólo pretendo introducir el tema por niveles. Pretendo en algo hacer planteamientos que se desarrollen paulatinamente por capas de posible entendimiento. Algo diferente a la introducción que propongo aquí como inicio de este artículo, resaltando lo que nos rodea masivamente como defecto operativo de estupidez en vivencia y estado putrefacto de consciencia, en comparación con lo que debería ser nuestra responsabilidad como seres humanos creados a imagen y semejanza a Dios.
¿Como hemos llegado de un principio glorioso a la era de la estupidez? Si no se entiende cómo funciona la realidad, pues no se puede creer que tengamos un principio creacional divino. Sin comprensión de la realidad, simplemente negamos cualquier inferencia de orígenes divinos, y en consecuencia cualquier responsabilidad ética y moral de existencia. Si nos concebimos como producto de la evolución de un pantano prehistórico o una explosión cósmica, venidos a la existencia por el azar de una bacteria, del mono o similares, pues no hay temor a Dios, nadie a quien rendirle cuentas después de muertos, no se considera la justicia divina y sólo queda una aceptación de vida arrogante, depredativa, hipócrita, ausente de valores trascendentes, desinterés, negligencias, y mucho más posible de citar. Nuestro patrón de referencia será nuestro punto de partida según percibamos la realidad en la actualidad. Nuestro punto de referencia será la estupidez. Un Tributo al Genio Colectivo. Sí que tiempos tan luminosos vivimos. La Era de la Estupidez. Esa gloriosa sinfonía donde el individuo idiota no es un accidente, sino el protagonista indiscutible. Porque, ¿quién necesita a Einstein cuando tenemos a millones de genios en redes sociales, compartiendo «verdades» que harían sonrojar a un niño de kindergarten? Sí, supuestamente hemos evolucionado: de la caverna al caverno digital, donde la estupidez no es un defecto, sino una virtud colectiva. ¡Aplausos!
Comencemos por el estúpido individual, ese ser magnífico que –en su infinita sabiduría– se corona como el más peligroso de todos. No el malvado calculador, no; ese es predecible. El estúpido es el que actúa sin beneficio propio ni ajeno, solo por el placer de joder al universo. Imagínense: un tipo que comparte un meme falso porque «le llegó por WhatsApp de su tía». ¡Genio! Él no gana nada, pero contagia a miles, que a su vez contagian a millones. Es el virus perfecto: no mata al huésped de inmediato, solo lo convierte en zombi ideológico. Y lo mejor: se siente héroe. «¡Estoy despertando a las ovejas!», grita mientras bala con el rebaño. Pero el verdadero espectáculo es la estupidez de las masas; esa masa amorfa y pegajosa que se aglutina como mermelada en un pan viejo. ¡Qué materia prima para las dictaduras!
En el pasado, se necesitaban ejércitos; hoy, basta un tuit viral. «¡El líder dice que el enemigo come bebés! ¡Compartan!». Y boom: populismo en esteroides. Falsas democracias donde votas por el que promete más pan y circo, pero entrega circo y migajas. Caudillismos disfrazados de «pueblo unido», donde el borreguismo es la nueva religión. ¿Ética? ¿Principios rectilíneos? ¡Ja! Eso es para perdedores ilustrados. Aquí reina la inmoralidad camuflada de «realismo»: «Todos lo hacen, ¿por qué no yo?». Complicidades malignas en grupo: el vecino denuncia al disidente por un “like” equivocado, y todos aplauden la «justicia social». ¡Y no olvidemos la distorsión de valores, esa obra maestra! La tolerancia falsa, esa que grita «¡Viva la diversidad!» mientras lapida al que opina diferente. Es intolerancia nazi con filtro de Instagram: «Te tolero si piensas como yo, sino eres fascista».
Sectarismos en burbujas: los de izquierda odian a los de derecha por odiar mal. Propagación de la mentira como deporte olímpico: fake news que viajan más rápido que la luz, porque ¿quién necesita hechos cuando hay emociones? Mediocridad elevada a arte: «¡No estudies, sigue tus pasiones!» –dice el “influencer” con “yacht” prestado– y el rebaño asiente, mientras el mundo se hunde en ignorancia gloriosa. “Nunca subestimes el poder de los estúpidos en grandes cantidades”… Dijo el famoso humorista George Carlin.
Siempre han existido los idiotas. Pero en la actualidad estamos en la edad dorada del idiota ilustrado. Vivimos, sin duda, el más espléndido de los tiempos: el del triunfo de la estupidez. Nunca antes el estúpido había gozado de tanto prestigio, de tanta visibilidad, de tanta red social. Hoy el estúpido tiene voz, voto, plataforma, podcast y filtro de belleza. Se multiplica en los comentarios, se inmortaliza en memes, se siente libre, empoderado, «auténtico» y, sobre todo, orgullosamente ignorante. Ya no necesita leer: basta con sentir. Ya no argumenta: opina. Y cuando opina, exige respeto, aunque su opinión sea un monumento al disparate. El estúpido contemporáneo, dicho con la delicadeza que merece, se cree profundo porque su confusión tiene palabras largas. Su taxonomía bien puede describirse como la del «homo imbecilis».
Hay que admitir que el estúpido de antaño era más entrañable. Apenas dañaba a su entorno inmediato: el bar, la plaza, el hogar. El de hoy, en cambio, daña en alta definición y a escala global. Publica su estupidez con entusiasmo apostólico, convencido de que “está despertando conciencias”. El Estúpido Moral, que se cree virtuoso por señalar defectos ajenos. El Estúpido Político, que cree que la corrupción se cura votando al corrupto que sonríe más. El Estúpido Espiritual, que confunde energía con electricidad y amor con dopamina. El Estúpido Académico, que cita “papers” sin entenderlos. El Estúpido “Influencer”, que ha sustituido la verdad por el algoritmo y la ética por los “likes”. Todos ellos comparten un credo: “yo tengo mi verdad”, ese dogma sublime que convierte la ignorancia en religión y la lógica en ofensa personal.
Además se amparan y se les llena la boca con la palabra democracia… Sí, la democracia de los idiotas. Las antiguas civilizaciones temían a los bárbaros; nosotros, con admirable sentido del humor histórico, los elegimos como gobernantes. Y lo hacemos con una sonrisa, convencidos de ejercer “nuestros derechos ciudadanos”. El estúpido ama la libertad… hasta que alguien piensa diferente. Entonces se convierte en censor, inquisidor y policía del pensamiento. Su bandera es la tolerancia; su método, la lapidación moral. El resultado: una democracia de masas que vota contra la inteligencia, porque la inteligencia incomoda. El sabio duda, el estúpido proclama. Y como las redes premian la proclamación sobre la reflexión, hemos logrado una proeza evolutiva: la dictadura de los necios bajo el disfraz de la libertad de expresión.
El idiota califica su estupidez como virtud cívica. Hoy la estupidez ya no se oculta: se celebra. Es inclusiva, diversa y tiene departamentos de relaciones públicas. Cualquiera que ose cuestionarla será inmediatamente etiquetado de “elitista”, “intolerante” o “fascista”, tres palabras mágicas que disuelven cualquier intento de pensamiento. El nuevo credo universal es simple: No pensarás. No sabrás. No dudarás. No destacarás, para no ofender al mediocre. La estupidez se volvió ética, la vulgaridad estética y la ignorancia democrática. Y el que resiste este carnaval corre el riesgo de parecer —¡oh, qué horror!— inteligente.
El estúpido triunfa en el vacío. Se hace presidente de una nación y se empodera en el inepto vulgo igual de idiota. El estúpido es feliz. No porque comprenda, sino porque no necesita comprender. Su fe es su confort, su algoritmo su dios, su opinión su templo. Y aunque parezca triste, quizás sea él el verdadero heredero del mundo: pues mientras el sabio medita, el estúpido legisla; mientras el sabio observa, el estúpido censura; mientras el sabio duda, el estúpido grita. Y el mundo, siempre ha pertenecido a quien grita más fuerte. Así que brindemos por él, por el estúpido: el nuevo rey del siglo 21, el emperador de la vacuidad, el ciudadano modelo de la era digital. Sin él, nada de esto sería posible. Ni las masas, ni los mitos, ni la maquinaria gloriosa que convierte la mediocridad en tendencia.
En esta era, el estúpido no es víctima; es rey. Gobierna desde el sofá, con el pulgar como cetro. Las dictaduras del futuro no necesitarán tanques; tendrán algoritmos que alimentan la estupidez adictiva. «¡Más dopamina, más likes, más idiotas unidos!». Y nosotros, los «iluminados» que criticamos… bueno, probablemente también seamos parte del show. Al fin y al cabo, ¿quién escribe disertaciones sarcásticas sino otro estúpido disfrazado de listo? ¡Brindemos por la Era de la Estupidez! Que dure eternamente, o al menos hasta el próximo meme viral. Porque, irónicamente, en un mundo de genios autoproclamados, la verdadera inteligencia es reconocer que todos somos un poco… ¿cómo decirlo? Estúpidos. ¡Salud!
Triste y de forma absurda la ausencia de conocimiento y sabiduría, así como a la confirmación de todo lo afirmado como diagnóstico, lo llamamos VIDA. Así es la vida, dicen las canciones, los slogans, los poemas, la literatura, la existencia autómata, la ignorancia, el desconocimiento de la sabiduría esencial, etc. ¿Será cierto? ¿Cuál es la verdadera definición de vida? No la definición de humanistas y científicos. Tampoco la de los religiosos, académicos y pseudo gurús espirituales. ¿Acaso existe dicha definición? ¿Acaso espera encontrarla en un diccionario? ¿Acaso existe como definición?
Ya hice la aclaración anteriormente… No pretendo hacer una exhortación con lo recién mencionado. Es simple diagnóstico. Lo que es relevante para este artículo es el énfasis en la pregunta sobre ¿Cómo llegamos aquí? ¿Por qué la realidad funciona así? ¿Qué lo permitió? ¿Cualquier cosa se permite? ¿Cómo se podría abordar un entendimiento fundamentado con un sentido común que prácticamente ha desaparecido bajo supuestas suspicacias que no son sino fantasías maquilladas de engaño, arrogancia y carente del conocimiento revelado? Todo tiene un origen. Nada viene de la nada. Y así como un lado de la moneda es la estupidez, en el otro lado de la misma moneda maligna, hay astucia. Una que está intrínsecamente relacionada con los orígenes del mal, nuestro pasado cósmico y las explicaciones de funcionamiento del sistema operativo de la matrix estructural de la realidad y la existencia. No pretendo abarcar todo el posible espectro de posibles explicaciones de principio a fin. Mucho menos en detalle. Ya lo dije… Es imposible. Sin embargo menciones contemporáneas si son posibles de mencionar y extrapolar.
Hay una sofisticada ingeniería de la distracción que hoy día verifica como quizás el mayor agente de estupidización de la consciencia. Existen verdades que, como el aire, nos rodean sin cesar, pero a las que hemos decidido dejar de respirar. No porque falte oxígeno —ni inteligencia, en principio—, sino porque hemos cultivado un arte superior: el desinterés ilustrado. Sí, el ser humano moderno, orgulloso de su tecnología y de su “racionalidad crítica”, ha perfeccionado la capacidad de no ver lo evidente. Lo hace con una maestría casi poética. Podríamos decir que la humanidad ha alcanzado su punto más alto de evolución en un talento particular: la negación refinada. No se trata, claro está, sólo de estupidez. Sería injusto. Se trata más bien de un agotamiento espiritual, una pereza del alma tan extendida que ha pasado a formar parte del paisaje mental.
La inteligencia —esa chispa divina que alguna vez aspiró a comprender el cosmos— ahora se entretiene con videos de diez segundos y siente que “aprende” cuando desliza el dedo sobre una pantalla. Todo es conocimiento instantáneo, sin digestión ni profundidad. Hemos logrado que la distracción se vista de sabiduría y que la ignorancia lleve el título de “opinión válida”. Y no es casualidad. La desidia se alimenta a sí misma. Es un ciclo exquisitamente diseñado: el desinterés produce ignorancia, la ignorancia refuerza el error, y el error multiplica el desinterés. Un circuito perfecto de autodestrucción cognitiva. Una Matrix biológica, instalada no en las máquinas, sino en nuestras propias sinapsis. El mal ya no necesita ángeles caídos; tiene algoritmos. El entretenimiento se ha convertido en la nueva liturgia global. El ocio sin propósito, en su credo universal. Y las pantallas, en su santuario de luz artificial donde se celebran los sacramentos del olvido. Porque —no nos engañemos— hoy, el mayor pecado no es la maldad, sino el aburrimiento. Todo se perdona menos el tedio. Y por eso la humanidad prefiere la distracción más vulgar antes que la confrontación más honesta.
Las antiguas tentaciones del alma —la soberbia, la avaricia, la lujuria— eran, al menos, pasionales. Había en ellas fuego, transgresión, voluntad. Las de hoy son simplemente tibias: scroll, clic, “me gusta”. La caída se ha vuelto cómoda, silenciosa, higiénica. Ya ni siquiera necesitamos demonios: bastan las notificaciones. La disertación original acierta en algo esencial: hemos confundido el bien con la conveniencia. Ya no hay búsqueda de “bien mayor”, sino cálculo de beneficios. La moral es reemplazada por el mercado, y la ética por la estética del agrado. Queremos “palabras dulces”, “mensajes edificantes”, “energía positiva”. Que nada duela, que nada incomode. La filosofía del siglo 21 podría resumirse así: “No me hables de verdad, háblame bonito”.
Y así seguimos, con un pie en el humanismo científico y otro en el dogmatismo religioso, creyendo que el equilibrio está en no pensar demasiado. Por un lado, la ciencia promete una sociedad perfecta administrada por algoritmos benevolentes —la utopía del control racional total—; por el otro, la religión se aferra a sus formas rígidas, como quien prefiere el sueño antiguo al insomnio del despertar. Ambas matrices se reflejan una a otra: una promete salvación por datos, la otra por dogmas. Y en ambas, el resultado es el mismo: la abdicación de la conciencia. Se nos dice en la cara y sin ambigüedad desde Hollywood «sabiamente» en la película Matrix (no porque sea ciencia ficción, sino porque es metáfora espiritual) que el “rebaño adicto al control” no es una exageración cinematográfica, es la descripción exacta del espíritu humano contemporáneo. Amamos la servidumbre siempre que venga acompañada de confort.
Nos quejamos de la manipulación, pero exigimos más dosis de dopamina. La verdad podría escribirse en el cielo, y aun así miraríamos hacia el teléfono. Y así, entre luces, slogans y justificaciones, el hombre moderno repite su mantra favorito: “Todo está bien, mientras no me incomode. Mientras tanto, la inteligencia se disuelve, la voluntad se oxida, y el alma —esa palabra tan poco rentable— se queda a oscuras, esperando a que alguien recuerde cómo se enciende una lámpara interior. La humanidad, en suma, no ha sido vencida por el mal, sino seducida por la distracción. Y ese, quizás, sea el infierno más elegante jamás diseñado.
David Saportas Liévano
Noviembre 2025
Texto completo
https://toraverdadyrealidad.wordpress.com/2025/11/20/por-que-creer-en-dios-1/