En este día especial donde celebramos la resurrección de Jesús os queremos compartir este texto de Camila Paron, la mayor historia de amor jamás contada.
Texto:
En estos días celebramos la mayor historia de amor jamás contada. El inocente fue entregado por los culpables. Fue humillado, golpeado, herido y maltratado. Lloró pero como oveja que va al matadero, calló delante de los que le acusaban injustamente. Porque Él vio. Él vio más allá de lo que ninguno pudo ver, y de lo que tú y yo podemos ver. Él te vio a ti, me vio a mí, vio a la humanidad. Él vio el mundo sumido en la oscuridad con un único fin: la muerte, el Seol, el lago de fuego. Porque la paga del pecado es la muerte y ninguno de nosotros se salva de transgredir la ley, eso seguro. Él vio el destino del hombre y se conmovió. Sí, Dios creo al destructor y el lago de fuego, pero no era para ti y para mí. Nunca fue su plan que acabáramos allí. Pero el es justo, y la justicia no puede ir en contra de la ley. Su corazón se conmovió y se entristeció. Y vino al mundo. Dios mismo hecho hombre, de carne y huesos. Dios mismo caminó por la tierra. Dios mismo abrazó a muchos con brazos de carne, Dios mismo sanó a muchos con manos de hombre, Dios mismo lloró por sus amigos, Dios mismo habló, escuchó, gritó y se enfureció. Dios mismo fue humillado por los mismos que Él había creado. Aquellos cuyos embriones vieron sus hijos y a quienes formó en lo oculto y entretejió en lo más profundo de la tierra. Ellos mismos, Dios mismo. Y ahí, estando ante sus verdugos, sabiendo su destino, ahí nos vio. Vio lo que sería una eternidad sin ti y sin mí. Nos vio, y como cordero inocente se entregó en sacrificio. Su cuerpo golpeado, su rostro amoratado, su ropa rasgada, espinas en su cabeza y clavos en sus manos; pero cada uno de nosotros en su corazón. Le pusieron entre dos delincuentes pero Él era inocente. El justo por los injustos pagó para que cuando llegue el día y la hora podamos reunirnos con Él en la eternidad. Su vida dio, no a la ligera, pero sí con amor. Y estando allí en la cruz, te vio y su corazón se alegró. Su alma entregó, peleó la batalla más dura que nunca oirás o verás. La batalla por tu alma y tu destino. Tres días. Tres angustiosos días en el Seol. Parecía que todo estaba perdido. La tierra se entristeció, se conmovió, clamó y el cielo se oscureció. Tres días de vida o muerte. Pero ¿sabes qué? ¡Venció! El Santo de Israel, el Cordero Inmolado, el Justo, el Hijo del Hombre venció la muerte para que tú puedas estar con Él en la eternidad. Alegrémonos porque tenemos salvación y redención. Porque su cuerpo entregó y con su sangre nos limpió. Alegrémonos porque la luz venció las tinieblas. Porque El Salvador no está muerto: su tumba quedó vacía y Él resucitó. Alegrémonos por la historia de amor más grande jamás contada. Porque nos amó con amor eterno y nos redimió. La creación fue buena, pero la redención aún mejor.