Pasé el verano en la casa de mi abuela, un lugar apartado en el campo donde las noches eran inquietantes y las sombras parecían tener vida propia. Mi abuela tenía una lista de reglas extrañas que debía seguir para mantenerme a salvo. Lo que al principio parecía una superstición pronto se convirtió en mi única forma de sobrevivir. Cada regla, por más extraña que fuera, era lo único que me protegía de las criaturas que acechaban fuera de la casa.