Todos hemos estudiado en el instituto la figura de Cristóbal Colón, y a grandes rasgos conocemos la historia oficial; de cómo fue capaz de vender su empresa a los Reyes Católicos, de quién se acompañó, y la fecha exacta en la que tomó tierra en la isla de Guanajaní este 12 de Octubre de 1492.
Pero cuando la razón hace acto de presencia en nuestro intelecto, e intentas comprender el motivo que empujó al almirante a adentrarse en un mar desconocido… concluyes que, o bien tenía un buen par de bemoles para embarcarse en lo que se entendía como un viaje con altas probabilidades de perder la vida en él,, o por otro lado, que tenía cierto conocimiento que le aseguraba que, más allá del angosto mar, le esperaba tierra firme. Un destino seguro.
Hace poco tiempo, y motivado por conocer los últimos avances que pudieran haberse producido en todo lo que rodea al Descubrimiento de América, pude dar con la obra del escritor cántabro Mariano Fernández Urresti, “Colón y el Mapa Templario”, un sugerente título que vuelve a traer a escena una teoría que lleva rondando por los mentideros de los teóricos del descubrimiento.
La teoría nos viene a decir que Cristóbal Colón contó con información privilegiada sobre ciertas travesías transatlánticas que la orden del temple pudieran haber sido realizadas ya siglos atrás. En estas cartas o documentos se detallaba la existencia de esta ruta hacia el oeste, llegando a tierras que eran desconocidas hasta la fecha.
Lo que no es teoría y si sabemos, es que en el año 1477 Cristóbal Colón se afincó en la isla de Porto Santo, junto a su mujer Felipa Moniz de Perestrello, hija de Bartolomé Perestrello, un ex capitán al servicio del Rey Enrique, y del que Colón recibió una serie de mapas y escritos, años después de su muerte.
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