Y se le hizo saber a Jacob, diciendo: He aquí tu hijo José viene a ti. Entonces se esforzó Israel, y se sentó sobre la cama.

 También José introdujo a Jacob su padre, y lo presentó delante de Faraón; y Jacob bendijo a Faraón.

Y habló Dios a Israel en visiones de noche, y dijo: Jacob, Jacob. Y él respondió: Heme aquí.  Y dijo: Yo soy Dios, el Dios de tu padre; no temas de descender a Egipto, porque allí yo haré de ti una gran nación.

Entonces dijo José a sus hermanos: Acercaos ahora a mí. Y ellos se acercaron. Y él dijo: Yo soy José vuestro hermano, el que vendisteis para Egipto.

Y buscó; desde el mayor comenzó, y acabó en el menor; y la copa fue hallada en el costal de Benjamín.

Pero si tengo que perder a mis hijos, que así sea.

José reconoció a sus hermanos enseguida, pero fingió no conocerlos y les habló con dureza.

—Ustedes, ¿de dónde vienen?—les preguntó.

—De la tierra de Canaán—contestaron—. Venimos a comprar alimento.

Y le pidió que lo acompañara en su carro, como su gobernador. Delante de José gritaban: «¡Abran paso!» Así fue como el rey puso a José a cargo de todo su país.

Algún tiempo después, el jefe de los coperos y el jefe de los panaderos ofendieron al rey de Egipto, y el rey se enojó mucho con estos dos ayudantes. 

Pero aun en la cárcel. Dios siguió ayudando a José y dándole muestras de su amor, pues hizo que el carcelero lo tratara bien.