Fíjense también en los barcos. A pesar de ser tan grandes y ser impulsados por fuertes vientos, se controlan por un pequeño timón a voluntad del piloto.

 Por ejemplo, supongamos que alguien llega a su reunión vestido con ropa elegante y joyas costosas y al mismo tiempo entra una persona pobre y con ropa sucia.

Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.

No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles. 

Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.

Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. 

Entremos directamente a la presencia de Dios con corazón sincero y con plena confianza en él.

Cristo se ofreció a sí mismo a Dios como sacrificio perfecto por nuestros pecados.

Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos.

Este Melquisedec fue rey de la ciudad de Salem y también sacerdote del Dios Altísimo. Cuando Abraham regresaba triunfante de una gran batalla contra los reyes, Melquisedec salió a su encuentro y lo bendijo.