Hay artistas que sienten mixto, que es imposible
aparcarlos en un sitio sin que estén pisando la línea de otro. La argentina
Mónica Fernández es de esa raza de artistas: de las que no solo no
entiende la militancia de un género estanco, sino que todo lo que proyecta se
mueve entre varias disciplinas; su manera de expresar su obra se amalgama en
vertientes infinitas.
Así se confirma en “Bilocada”, el debut de la artista neuquina:
un álbum que desde su título comunica esa manera de entenderse a sí misma
eternamente bifurcada. Un repertorio que se soñó en la Patagonia y se grabó
en Buenos Aires; que combina canciones propias con la de iconos como Luis
Alberto Spinetta o compañeros generacionales como Damián Zeni; que se mueve a
gusto en las periferias del jazz, del folclore y del formato canción; y que,
además, construyen una narrativa que excede lo sonoro, generando piezas
audiovisuales que se acercan a la poesía visual, al videoarte y a la
performance, con la colaboración del cineasta y fotógrafo Pablo Tesoriere.
Tanto cuando resignifica y redimensiona clásicos de
Spinetta como una “Muchacha (ojos de papel)” que la acerca a una suerte de
tango-jazz aéreo o una “Durazno sangrando” que suena a canción de corte lounge;
como cuando se acerca al registro de la trova rosarina de los años ’80 en “El
viaje”; como cuando combina matices que van de Marilina Ross a Lito Vitale en un
repertorio indefinible, universal, caleidoscópico, infinito.
Alan Queipo