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Entre el Guggenheim, el Whitney y el Metropolitan: un recorrido que me recordó por qué el arte nos une.
Esta semana fue intensa, pero profundamente inspiradora.Volví de Nueva York con una sensación que hacía tiempo no experimentaba: esperanza. Si, a pesar del rudo clima político, volví llena de esperanza. Esa palabra que a veces se nos escapa entre los dedos, pero que el arte tiene la capacidad de devolvernos, casi en silencio, con una imagen, un gesto o una historia.
Mi recorrido comenzó en el Japan Society, con la exposición Two Home Countries de Chiharu Shiota.Su obra me conmovió profundamente: hilos rojos que se extienden como redes de memoria, atrapando objetos cotidianos, recuerdos, y emociones que todos reconocemos. La instalación hablaba del hogar, de la migración, de la fragilidad de los vínculos, pero también de la fuerza que surge cuando decidimos sostenerlos.Sentí que cada hilo de Shiota era una pregunta sobre pertenecer y sobre lo que dejamos atrás, pero también un recordatorio de que seguimos conectados.
Después, visité el Guggenheim Museum para ver Rashid Johnson: A Poem for Deep Thinkers.Casi noventa obras —entre pinturas, esculturas y performances— que giran en torno a la empatía, la familia y la condición humana.Me impactó especialmente la instalación de plantas colgantes en la rotonda del museo. Son vivas, requieren cuidado… y uno no puede evitar pensar: ¿quién las riega? Esa pregunta, tan simple, se transforma en un ejercicio de empatía inmediata.Ver juntas las exposiciones de Shiota y Johnson fue un regalo. Dos artistas, dos lenguajes distintos —uno femenino, otro masculino—, explorando emociones comunes: la conexión, la memoria, la vulnerabilidad. Y ambos recordándonos que la esperanza sigue siendo una forma de resistencia.
En el Whitney Museum, el recorrido continuó con la exposición por los cien años del nacimiento de Alexander Calder.Nunca había visto el video de su Cirque Calder, ese pequeño circo hecho con alambres y materiales cotidianos, que él mismo manipulaba ante su público. Me pareció mágico y profundamente humano: un artista que convierte lo ordinario en un universo poético, lleno de movimiento y humor. Además fue increible imaginar a sus amigos Marcel Duchamp, Joan Miró, Piet Mondrian, y Isamu Noguchi disfrutando de esas veladas de presentaciones de figurines movibles de circo hechas con alambre.También visité Sixties Surreal, una revisión apasionante del surrealismo americano entre 1958 y 1972.Más de cien artistas reunidos, desde Diane Arbus hasta Yayoi Kusama, Romare Bearden o Louise Bourgeois. Pero lo que más me emocionó fue ver las obras de Marisol Escobar y Luchita Hurtado, dos artistas venezolanas que, aunque vivieron fuera, mantuvieron lazos profundos con nuestro país.Fue un recordatorio de que la identidad viaja con nosotros: se transforma, pero no desaparece.
Antes de regresar, pasé por el Metropolitan Museum of Art, donde pude ver la exposición dedicada a Man Ray.Una muestra brillante y personal sobre la relación entre fotografía y surrealismo, de la cual les hablaré con más detalle en las próximas semanas.
Y mientras sigo procesando todo lo visto, me preparo también para cerrar un capítulo muy especial:El 14 de noviembre termina mi participación en la exposición Echoes of the Ancient in Contemporary Voices en el Orlando Museum of Art.Ha sido una experiencia profundamente significativa, y me siento honrada de haber compartido mis obras Triad 2 y Triad 3 en un espacio que promueve el diálogo entre pasado y presente, entre culturas y sensibilidades.
Esta semana también estaré publicando un artículo sobre las artistas contemporáneas venezolanas.Y, para acompañarlo, tendré una conversación con Eli Pimentel, quien recientemente presentó su exposición La Fuerza del Punto en el Caracas Country Club.Hablaremos sobre nuestros lenguajes, sobre la influencia de la identidad venezolana en nuestras obras, y sobre los retos que enfrentamos como artistas contemporáneas.Será un Live este jueves 13 a las 12 del mediodía, si la conexión en Caracas lo permite.
La próxima semana compartiré un adelanto de los eventos que planeo visitar durante la Art Week Miami, una cita que cada año nos permite reconectar con la energía y la diversidad del arte contemporáneo en nuestra ciudad.
Gracias por seguir acompañándome en este viaje de arte, reflexión y comunidad.Nos leemos —y nos escuchamos— muy pronto.
Con cariño
Marianne
By Marianne SucreEntre el Guggenheim, el Whitney y el Metropolitan: un recorrido que me recordó por qué el arte nos une.
Esta semana fue intensa, pero profundamente inspiradora.Volví de Nueva York con una sensación que hacía tiempo no experimentaba: esperanza. Si, a pesar del rudo clima político, volví llena de esperanza. Esa palabra que a veces se nos escapa entre los dedos, pero que el arte tiene la capacidad de devolvernos, casi en silencio, con una imagen, un gesto o una historia.
Mi recorrido comenzó en el Japan Society, con la exposición Two Home Countries de Chiharu Shiota.Su obra me conmovió profundamente: hilos rojos que se extienden como redes de memoria, atrapando objetos cotidianos, recuerdos, y emociones que todos reconocemos. La instalación hablaba del hogar, de la migración, de la fragilidad de los vínculos, pero también de la fuerza que surge cuando decidimos sostenerlos.Sentí que cada hilo de Shiota era una pregunta sobre pertenecer y sobre lo que dejamos atrás, pero también un recordatorio de que seguimos conectados.
Después, visité el Guggenheim Museum para ver Rashid Johnson: A Poem for Deep Thinkers.Casi noventa obras —entre pinturas, esculturas y performances— que giran en torno a la empatía, la familia y la condición humana.Me impactó especialmente la instalación de plantas colgantes en la rotonda del museo. Son vivas, requieren cuidado… y uno no puede evitar pensar: ¿quién las riega? Esa pregunta, tan simple, se transforma en un ejercicio de empatía inmediata.Ver juntas las exposiciones de Shiota y Johnson fue un regalo. Dos artistas, dos lenguajes distintos —uno femenino, otro masculino—, explorando emociones comunes: la conexión, la memoria, la vulnerabilidad. Y ambos recordándonos que la esperanza sigue siendo una forma de resistencia.
En el Whitney Museum, el recorrido continuó con la exposición por los cien años del nacimiento de Alexander Calder.Nunca había visto el video de su Cirque Calder, ese pequeño circo hecho con alambres y materiales cotidianos, que él mismo manipulaba ante su público. Me pareció mágico y profundamente humano: un artista que convierte lo ordinario en un universo poético, lleno de movimiento y humor. Además fue increible imaginar a sus amigos Marcel Duchamp, Joan Miró, Piet Mondrian, y Isamu Noguchi disfrutando de esas veladas de presentaciones de figurines movibles de circo hechas con alambre.También visité Sixties Surreal, una revisión apasionante del surrealismo americano entre 1958 y 1972.Más de cien artistas reunidos, desde Diane Arbus hasta Yayoi Kusama, Romare Bearden o Louise Bourgeois. Pero lo que más me emocionó fue ver las obras de Marisol Escobar y Luchita Hurtado, dos artistas venezolanas que, aunque vivieron fuera, mantuvieron lazos profundos con nuestro país.Fue un recordatorio de que la identidad viaja con nosotros: se transforma, pero no desaparece.
Antes de regresar, pasé por el Metropolitan Museum of Art, donde pude ver la exposición dedicada a Man Ray.Una muestra brillante y personal sobre la relación entre fotografía y surrealismo, de la cual les hablaré con más detalle en las próximas semanas.
Y mientras sigo procesando todo lo visto, me preparo también para cerrar un capítulo muy especial:El 14 de noviembre termina mi participación en la exposición Echoes of the Ancient in Contemporary Voices en el Orlando Museum of Art.Ha sido una experiencia profundamente significativa, y me siento honrada de haber compartido mis obras Triad 2 y Triad 3 en un espacio que promueve el diálogo entre pasado y presente, entre culturas y sensibilidades.
Esta semana también estaré publicando un artículo sobre las artistas contemporáneas venezolanas.Y, para acompañarlo, tendré una conversación con Eli Pimentel, quien recientemente presentó su exposición La Fuerza del Punto en el Caracas Country Club.Hablaremos sobre nuestros lenguajes, sobre la influencia de la identidad venezolana en nuestras obras, y sobre los retos que enfrentamos como artistas contemporáneas.Será un Live este jueves 13 a las 12 del mediodía, si la conexión en Caracas lo permite.
La próxima semana compartiré un adelanto de los eventos que planeo visitar durante la Art Week Miami, una cita que cada año nos permite reconectar con la energía y la diversidad del arte contemporáneo en nuestra ciudad.
Gracias por seguir acompañándome en este viaje de arte, reflexión y comunidad.Nos leemos —y nos escuchamos— muy pronto.
Con cariño
Marianne