Se nos va de ojo que hay conceptos que oímos sin que nadie nos dé una explicación comprensible sobre qué son y en qué consisten. Es el caso de Smart City o Ciudad Inteligente en castellano.
Porque esconder bajo terminología extranjera o argot profesional un área de conocimiento, es una vieja estrategia para restringir a un grupo selecto una esfera de poder y de beneficio.
Para que una ciudad sea inteligente hay que instalar, en los puntos clave del municipio, una serie de sensores que recojan todo tipo de datos, información sensible sobre los movimientos y los hábitos de consumo de los vecinos, con el objetivo de mejorar los servicios públicos, reducir el despilfarro de dinero público y ajustar el presupuesto a sus demandas. Unos objetivos loables que para ser verificables y democráticos deben contar con la aprobación vecinal, saber dónde se van a instalar y que datos van a recoger. Y transparencia en cuanto a la gestión de los mismos, quién los va a manejar, dónde se van a almacenar, cuál va a ser su grado de privacidad, y participar en la gestión de los proyectos que se van a poner en marcha a partir de ellos. Solo así la Smart City tendrá un sentido y un valor para los legos, más allá del oropel de modernidad que expande el término. ¡Que no se te vaya de ojo!