Los hijos de Dios tenemos puesta nuestra esperanza en la vida eterna después de nuestra vida actual, y basamos nuestra seguridad en la bendita Palabra de Dios y no en pensamientos ni religiones. Si no fuera así, como lo dice la misma Palabra, seríamos seres dignos de conmiseración.

Jesucristo murió en la cruz por nuestros pecados y luego resucitó venciendo a la muerte. La promesa de salvación que se basa en este sacrificio y redención es una roca inamovible e indestructibe que nos asegura nuestra morada eterna en el Cielo.