Si Paul Higgs se coloca de perfil, las auras artísticas
que se exponen son infinitas. Verlo en tres dimensiones es un milagro cuando
se consigue: es una manera de entender un código en constante movimiento,
adrenalínico, esquivo y urgente.
Lo lleva demostrando años, tanto en su militancia en
proyectos como Algodón como en aquel “Astucia”,
primer ejercicio en solitario en donde se proyectaba como una figura de un pop
progresivo y casi surrealista, como un cruce imposible entre Frank Zappa y Fito
Páez. Ahora, el uruguayo residente en Buenos Aires revalida el título
de cantor rioplatense amorfo y necesario con “Tridimensional”, o los cruces
de espejos que un joven compositor que bebe tanto de los ritmos rioplatenses
como del hippie-rock o el funk más anguloso.
Su alianza con su compatriota Martín Buscaglia buscaba
allanar más su facción cancionista que su facción progresiva, plasmada en su
álbum anterior. Mantiene cierta cota de surrealismo y de boicot contra los
estándares del ‘rock canción’, pero “Tridimensional” es un paso adelante a la
hora de asentar las marcas de agua básicas de Paul Higgs.
Tanto cuando abre las puertas de una zapada funk-rock (“Ni
ahí”) como cuando parece recoger el espíritu del Tanguito menos melancólico (“Adoquines”),
cuando combina croonerismo y registro fitopaeziano (“Diluvia”), cuando compone
una suerte de blues de interior que recuerda la escritura infinita del Moris de
“De nada sirve” (“Sufro”), cuando se pone beat (“Jazzie”), cuando hace un atajo
spinetteano al jazz-rock de corte lounge (“Proximidad”) o cuando se pone
desnudo y frontal en plan Sui Géneris (“Música del azar”) o The Moldy Peaches (“Lo
mismo vimos”); Paul Higgs es uno de los compositores más impredecibles y
necesarios, lo veamos desde la dimensión que nuestro ojo alcance.
Alan Queipo.