El afán de santidad no se detiene por las dificultades, es más, se acrecienta por ellas: son un signo de la necesidad que hay de encontrar a Dios. Así se busca ser siempre más delicado, crecer siempre, buscar a Dios siempre, a pesar de todo lo que en la vida personal o en la social parece oponerse a Dios.
En la humildad de la propia entrega, desmenuzada cada día, se encuentra la respuesta más adecuada a ese amor de Dios que se busca. Entonces se descubre que Dios está, aunque a veces parezca estar oculto; también cuando las dificultades intentan desviar nuestra atención; está en lo pequeño, en la sinceridad, en la humildad, en la alegría. Y estas se dan siempre, porque proceden del fondo del alma, aunque lo exterior parezca negar la profunda realidad de su presencia.
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