Al confesarnos delante de Dios, Él nos perdona. Tan grande es Su amor por nosotros, que Su enojo y tristeza no dura para siempre. Se compadece de nosotros constantemente y arroja todos nuestros pecados a lo más profundo del mar.  La triste verdad es que son muchas las ocasiones en que cometemos errores y pecamos causándole dolor a Él, a nuestro prójimo y a nosotros mismos.
Oremos para que su Santo Espíritu nos confronte y no seamos cobardes intentando disfrazar nuestros pecados con excusas razonables. Asumamos con responsabilidad nuestros actos y pidamos perdón a Dios y a nuestro prójimo. Esto nos hará mejores hijos. No olvidemos que el ha sido un excelente Padre.
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