A veces, en la conversación coloquial con católicos que tienen poca formación teológica es posible escuchar frases como: «yo no leo el Antiguo
Testamento porque no quiero perder la fe», «yo no leo la Biblia porque me escandaliza», o algunas otras por el estilo. Se trata, como es obvio, de expresiones provocativas e injustas. Pero reflejan una realidad que pesa desde hace siglos sobre la gente sencilla, que al no saber qué responder
a cuestiones concretas que se les plantean al leer los libros del Antiguo Testamento, los miran con recelo. Si en la Iglesia tenemos otros textos
que presentan menos problemas y parece que ayudan más, ¿por qué gastar tiempo en estudiar unos libros, como el Pentateuco y otros análogos, que sí, es verdad, hablan de la acción Dios en el origen del mundo y en la historia de Israel, pero siempre en épocas pasadas y superadas? ¿No es una tarea fatigosa y, al fin y al cabo, superflua? ¿No sería más útil a los cristianos olvidarse de esos escritos y poner todo su empeño en conocer a Jesucristo, que es el Verbo encarnado y vivo? En esta lección vamos a aprender qué respuesta se da a esas preguntas en el Magisterio de la Iglesia, siguiendo la enseñanza de Jesús trasmitida en la predicación apostólica
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