Permiso para dejar de hacer lo que no me llena, lo que me lleva por un camino que no quiero transitar; permiso para contemplar un atardecer sin la culpa de no estar preparando la cena; permiso para decidir y equivocarme y permiso para cambiar de opinión y volverme a equivocar. Todos estos permisos, y más aún, comienzan en mí. No es fácil darse cuenta de que, la mayor parte del tiempo, soy yo quien no me los doy. Siéntate bien mientras ves lo que sucede, sin sentir la obligación de intervenir. ¿Te atreves a traspasar esa barrera?