Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin. Esto dice Eclesiastés 3:11.

Hace varios días tuve la dicha de ver como después de tantos años de interseción y de invitarle a la fe, un familiar muy cercano descendía a las aguas bautismales dando espontáneamente ese gran paso de compromiso y fe delante del Señor y del mundo, lo cual me llenó de gozo, y más sabiendo que lo hizo con el conocimiento y la voluntad que se necesitan para este gran paso. Pensando en esto, me doy cuenta como a veces queremos forzar puertas en nuestra vida que no son abiertas porque Dios no quiere, o porque no es el momento de Dios. Y Dios sabe mejor que nadie por què no y por què no es en nuestro tiempo, sino en el de Él. Cuando analizo esto, recuerdo la vida de José, un joven que amaba a Dios y quien solo quería sentirse parte de su familia, y fue vendido por sus hermanos como esclavo porque le tenían envidia. Aparentemente era una tragedia lo que le estaba aconteciendo a José porque fue maltratado por sus hermanos, fue vendido como esclavo sin esperanza alguna de poder ver más a su Padre y su hermano Benjamín, pero increiblemente ese fue el medio que Dios usó para cumplir su propósito con José de hacerlo gobernador de Egipto para cuando llegasen los años de hambruna y necesidad allí y en todos los pueblos alrededor, José pudiese salvarles por medio de su gobierno sabio y su buena administración de los bienes y alimentos. Que sorpresa para sus hermanos al descubrir que lo que ellos planearon para mal, resultó para el bien no solo de José, sino también para todos. Así de grandes, maravillosos y misteriosos son los planes que Dios tiene para nuestras vidas. El hombre planea sus caminos creyendo que son los ideales, pero Dios lo guía por caminos que no se imagina. Por eso, practiquemos la ley del desapego para que cedamos el paso a los planes de Dios que son más altos que los nuestros y los cuales traerán alegría y satisfacción plenas. No nos quedemos con lo que pensamos que es bueno, sino con lo que Dios sabe que es mejor.

Bendiciones!