Grupo 1 - Diplomado Neurodesarrollo Viernes.

UN LENGUAJE DE CORAZÓN

"Un Lenguaje de Corazón" Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y nubes bajas, una familia amorosa y unida, compuesta por Gloria y Alonso padres de Poli, un niño de cinco años, con ojos curiosos y sonrisa noble quien siempre parecían estar buscando respuestas en el mundo. Poli era dulce, atento, le encantaba mirar los árboles mecerse con el viento, jugaba a la pelota y se emocionaba cuando su padre Alonso con gran efusividad aplaudía y festejaba sus goles, lo demostraba especialmente con señas y murmullos cortos. Alonso disfrutaba ver los partidos de futbol con su hijo y sentir la presencia de él a su lado, con gran entusiasmo le preguntaba ¿Cuál equipo de futbol te gusta más? ¿Qué te parece esa jugada? Poli sonreía y respondía “Fu” “Chelo a”, su padre trataba de descifrar su interés y comprender que intentaba comunicarle. Como era habitual, cada tarde, iban al parque a jugar a la pelota, sentía que su hijo era feliz, aún sin saber con claridad sus anhelos. Mientras visitaban el parque Poli empieza a jugar con otros niños y niñas que también estaban allí, mientras que su padre con mucha alegría lo observaba a lo lejos, Juan padre de Pedrito, otro de los niños de la misma edad de Poli que jugaba a la pelota, conversa con Alonso y motivan a sus hijos con aplausos, Pedrito se acerca a su padre y le dice “Padre, he hecho tres goles y jugué bien” Juan con gran felicidad le dice “Que bien hijo, te felicito, has aprendido muy bien a jugar futbol”. Pasados unos minutos, Poli muy cansado, pero con gran entusiasmo llega donde su padre y con gestos y algunas cortas palabras, realizaba señalamientos con sus manos y le dice “Guaaa” y regresa corriendo a jugar con sus nuevos amigos. El padre de Poli asombrado analizó el lenguaje y capacidad comunicativa de Pedrito hacia su padre y le pregunta “¿Qué edad tiene su hijo?, a lo que el responde “recién cumplió sus cinco años, es un niño increíble, nos ha dado muchas alegrías…” ante tal argumento, Alonso llega con gran preocupación a casa y cuenta a Gloria lo sucedido, “He quedado angustiado, mientras nuestro hijo jugaba a la pelota, se acerca Pedrito uno de sus nuevos amigos de cinco años y se expresa hacia su padre con palabras claras, ¿te parece eso algo grave?” Gloria con enojo le responde “¿Por qué lo comparas? No entiendes acaso que Poli es callado, él es observador”, repetía. Pero cuando alguien le preguntaba a Gloria si Poli ya hablaba bien, ella respondía con una sonrisa rápida “mi bebé está muy pequeño y yo le entiendo perfectamente todo”. Sin embargo, en el fondo, había una voz que le decía que algo no iba del todo bien, pero la callaba con amor y miedo. Cada mañana, Gloria preparaba el desayuno con la esperanza de escuchar una frase completa. "¿mi niño quere pan con mermeladita?" —le preguntaba con una sonrisa. Y él solo respondía con un pequeño "má", que ella aprendió que significaba “más”. Las palabras de Poli llegaban como gotas de lluvia en el desierto: raras, lentas… pero para Gloria eran hermosas cuando caían. Una parte de ella sabía. Lo sabía en los silencios, en las miradas largas, en las palabras que no llegaban. Pero había otra parte que se aferraba a la ilusión de la normalidad, a las historias de otros niños que también hablaron tarde. Luchaba contra su propio miedo de “fallar como madre”. Y mientras tanto, posponía las decisiones. Porque amar, a veces, también es tener miedo. En una conversación con la maestra de Poli, esta le menciona “Señora Gloria, hemos notado que la comunicación de Poli, aún no está acorde a su ciclo vital” está la orienta en buscar un especialista fonoaudiólogo quien ayudará en este proceso. Una noche, Gloria lloró en silencio mientras lo veía dormir. Se sentía culpable. ¿Estaré haciendo algo mal? ¿No le hablo lo suficiente? ¿No soy clara? ¿Lo presiono demasiado? Pero en comunicación con Alonso, padre de Poli, toman la decisión de buscar ayuda médica especializada y deciden que Poli inicie su tratamiento fonoaudiológico. Después de cada terapia Poli salía feliz, esto los motivaba a continuar con persistencia este proceso. Gloria y Alonso, deciden dejar de contar las palabras, y empezar a contar los momentos: cuando Poli se reía con los pájaros, cuando los tomaba de la mano sin decir nada, cuando señalaba la luna y sus ojos brillaban como si la entendiera. Pasaron los meses. Una tarde cualquiera, mientras estaban en el jardín, Poli se acercó a su madre, la miró a los ojos con su habitual silencio y dijo: —“Mamá… flor bonita”. Gloria y Alonso sintieron que el mundo se detenía, no por la perfección de las palabras, sino por la belleza del gesto, por su gran avance. Su hijo no solo hablaba… estaba expresando lo que sentía de forma clara y coherente. Ahora Poli se expresa mejor, dice con confianza a su padre — “Quiero jugar a la pelota”. A partir de ese día, las palabras de Poli llegaron despacito, como brotes nuevos en primavera. Gloria y Alonso fueron dejando de lado la angustia y confiando mucho más en le proceso, aprendieron que hablar no siempre es con la boca… a veces es con el alma y que la forma en que hablamos a nuestros hijos, puede tener un impacto significativo en su desarrollo del lenguaje y su capacidad para comunicarse de manera efectiva.

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"Un Lenguaje de Corazón" Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y nubes bajas, una familia amorosa y unida, compuesta por Gloria y Alonso padres de Poli, un niño de cinco años, con ojos curiosos y sonrisa noble quien siempre parecían estar buscando respuestas en el mundo. Poli era dulce, atento, le encantaba mirar los árboles mecerse con el viento, jugaba a la pelota y se emocionaba cuando su padre Alonso con gran efusividad aplaudía y festejaba sus goles, lo demostraba especialmente con señas y murmullos cortos. Alonso disfrutaba ver los partidos de futbol con su hijo y sentir la presencia de él a su lado, con gran entusiasmo le preguntaba ¿Cuál equipo de futbol te gusta más? ¿Qué te parece esa jugada? Poli sonreía y respondía “Fu” “Chelo a”, su padre trataba de descifrar su interés y comprender que intentaba comunicarle. Como era habitual, cada tarde, iban al parque a jugar a la pelota, sentía que su hijo era feliz, aún sin saber con claridad sus anhelos. Mientras visitaban el parque Poli empieza a jugar con otros niños y niñas que también estaban allí, mientras que su padre con mucha alegría lo observaba a lo lejos, Juan padre de Pedrito, otro de los niños de la misma edad de Poli que jugaba a la pelota, conversa con Alonso y motivan a sus hijos con aplausos, Pedrito se acerca a su padre y le dice “Padre, he hecho tres goles y jugué bien” Juan con gran felicidad le dice “Que bien hijo, te felicito, has aprendido muy bien a jugar futbol”. Pasados unos minutos, Poli muy cansado, pero con gran entusiasmo llega donde su padre y con gestos y algunas cortas palabras, realizaba señalamientos con sus manos y le dice “Guaaa” y regresa corriendo a jugar con sus nuevos amigos. El padre de Poli asombrado analizó el lenguaje y capacidad comunicativa de Pedrito hacia su padre y le pregunta “¿Qué edad tiene su hijo?, a lo que el responde “recién cumplió sus cinco años, es un niño increíble, nos ha dado muchas alegrías…” ante tal argumento, Alonso llega con gran preocupación a casa y cuenta a Gloria lo sucedido, “He quedado angustiado, mientras nuestro hijo jugaba a la pelota, se acerca Pedrito uno de sus nuevos amigos de cinco años y se expresa hacia su padre con palabras claras, ¿te parece eso algo grave?” Gloria con enojo le responde “¿Por qué lo comparas? No entiendes acaso que Poli es callado, él es observador”, repetía. Pero cuando alguien le preguntaba a Gloria si Poli ya hablaba bien, ella respondía con una sonrisa rápida “mi bebé está muy pequeño y yo le entiendo perfectamente todo”. Sin embargo, en el fondo, había una voz que le decía que algo no iba del todo bien, pero la callaba con amor y miedo. Cada mañana, Gloria preparaba el desayuno con la esperanza de escuchar una frase completa. "¿mi niño quere pan con mermeladita?" —le preguntaba con una sonrisa. Y él solo respondía con un pequeño "má", que ella aprendió que significaba “más”. Las palabras de Poli llegaban como gotas de lluvia en el desierto: raras, lentas… pero para Gloria eran hermosas cuando caían. Una parte de ella sabía. Lo sabía en los silencios, en las miradas largas, en las palabras que no llegaban. Pero había otra parte que se aferraba a la ilusión de la normalidad, a las historias de otros niños que también hablaron tarde. Luchaba contra su propio miedo de “fallar como madre”. Y mientras tanto, posponía las decisiones. Porque amar, a veces, también es tener miedo. En una conversación con la maestra de Poli, esta le menciona “Señora Gloria, hemos notado que la comunicación de Poli, aún no está acorde a su ciclo vital” está la orienta en buscar un especialista fonoaudiólogo quien ayudará en este proceso. Una noche, Gloria lloró en silencio mientras lo veía dormir. Se sentía culpable. ¿Estaré haciendo algo mal? ¿No le hablo lo suficiente? ¿No soy clara? ¿Lo presiono demasiado? Pero en comunicación con Alonso, padre de Poli, toman la decisión de buscar ayuda médica especializada y deciden que Poli inicie su tratamiento fonoaudiológico. Después de cada terapia Poli salía feliz, esto los motivaba a continuar con persistencia este proceso. Gloria y Alonso, deciden dejar de contar las palabras, y empezar a contar los momentos: cuando Poli se reía con los pájaros, cuando los tomaba de la mano sin decir nada, cuando señalaba la luna y sus ojos brillaban como si la entendiera. Pasaron los meses. Una tarde cualquiera, mientras estaban en el jardín, Poli se acercó a su madre, la miró a los ojos con su habitual silencio y dijo: —“Mamá… flor bonita”. Gloria y Alonso sintieron que el mundo se detenía, no por la perfección de las palabras, sino por la belleza del gesto, por su gran avance. Su hijo no solo hablaba… estaba expresando lo que sentía de forma clara y coherente. Ahora Poli se expresa mejor, dice con confianza a su padre — “Quiero jugar a la pelota”. A partir de ese día, las palabras de Poli llegaron despacito, como brotes nuevos en primavera. Gloria y Alonso fueron dejando de lado la angustia y confiando mucho más en le proceso, aprendieron que hablar no siempre es con la boca… a veces es con el alma y que la forma en que hablamos a nuestros hijos, puede tener un impacto significativo en su desarrollo del lenguaje y su capacidad para comunicarse de manera efectiva.

"Un Lenguaje de Corazón" Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y nubes bajas, una familia amorosa y unida, compuesta por Gloria y Alonso padres de Poli, un niño de cinco años, con ojos curiosos y sonrisa noble quien siempre parecían estar buscando respuestas en el mundo. Poli era dulce, atento, le encantaba mirar los árboles mecerse con el viento, jugaba a la pelota y se emocionaba cuando su padre Alonso con gran efusividad aplaudía y festejaba sus goles, lo demostraba especialmente con señas y murmullos cortos. Alonso disfrutaba ver los partidos de futbol con su hijo y sentir la presencia de él a su lado, con gran entusiasmo le preguntaba ¿Cuál equipo de futbol te gusta más? ¿Qué te parece esa jugada? Poli sonreía y respondía “Fu” “Chelo a”, su padre trataba de descifrar su interés y comprender que intentaba comunicarle. Como era habitual, cada tarde, iban al parque a jugar a la pelota, sentía que su hijo era feliz, aún sin saber con claridad sus anhelos. Mientras visitaban el parque Poli empieza a jugar con otros niños y niñas que también estaban allí, mientras que su padre con mucha alegría lo observaba a lo lejos, Juan padre de Pedrito, otro de los niños de la misma edad de Poli que jugaba a la pelota, conversa con Alonso y motivan a sus hijos con aplausos, Pedrito se acerca a su padre y le dice “Padre, he hecho tres goles y jugué bien” Juan con gran felicidad le dice “Que bien hijo, te felicito, has aprendido muy bien a jugar futbol”. Pasados unos minutos, Poli muy cansado, pero con gran entusiasmo llega donde su padre y con gestos y algunas cortas palabras, realizaba señalamientos con sus manos y le dice “Guaaa” y regresa corriendo a jugar con sus nuevos amigos. El padre de Poli asombrado analizó el lenguaje y capacidad comunicativa de Pedrito hacia su padre y le pregunta “¿Qué edad tiene su hijo?, a lo que el responde “recién cumplió sus cinco años, es un niño increíble, nos ha dado muchas alegrías…” ante tal argumento, Alonso llega con gran preocupación a casa y cuenta a Gloria lo sucedido, “He quedado angustiado, mientras nuestro hijo jugaba a la pelota, se acerca Pedrito uno de sus nuevos amigos de cinco años y se expresa hacia su padre con palabras claras, ¿te parece eso algo grave?” Gloria con enojo le responde “¿Por qué lo comparas? No entiendes acaso que Poli es callado, él es observador”, repetía. Pero cuando alguien le preguntaba a Gloria si Poli ya hablaba bien, ella respondía con una sonrisa rápida “mi bebé está muy pequeño y yo le entiendo perfectamente todo”. Sin embargo, en el fondo, había una voz que le decía que algo no iba del todo bien, pero la callaba con amor y miedo. Cada mañana, Gloria preparaba el desayuno con la esperanza de escuchar una frase completa. "¿mi niño quere pan con mermeladita?" —le preguntaba con una sonrisa. Y él solo respondía con un pequeño "má", que ella aprendió que significaba “más”. Las palabras de Poli llegaban como gotas de lluvia en el desierto: raras, lentas… pero para Gloria eran hermosas cuando caían. Una parte de ella sabía. Lo sabía en los silencios, en las miradas largas, en las palabras que no llegaban. Pero había otra parte que se aferraba a la ilusión de la normalidad, a las historias de otros niños que también hablaron tarde. Luchaba contra su propio miedo de “fallar como madre”. Y mientras tanto, posponía las decisiones. Porque amar, a veces, también es tener miedo. En una conversación con la maestra de Poli, esta le menciona “Señora Gloria, hemos notado que la comunicación de Poli, aún no está acorde a su ciclo vital” está la orienta en buscar un especialista fonoaudiólogo quien ayudará en este proceso. Una noche, Gloria lloró en silencio mientras lo veía dormir. Se sentía culpable. ¿Estaré haciendo algo mal? ¿No le hablo lo suficiente? ¿No soy clara? ¿Lo presiono demasiado? Pero en comunicación con Alonso, padre de Poli, toman la decisión de buscar ayuda médica especializada y deciden que Poli inicie su tratamiento fonoaudiológico. Después de cada terapia Poli salía feliz, esto los motivaba a continuar con persistencia este proceso. Gloria y Alonso, deciden dejar de contar las palabras, y empezar a contar los momentos: cuando Poli se reía con los pájaros, cuando los tomaba de la mano sin decir nada, cuando señalaba la luna y sus ojos brillaban como si la entendiera. Pasaron los meses. Una tarde cualquiera, mientras estaban en el jardín, Poli se acercó a su madre, la miró a los ojos con su habitual silencio y dijo: —“Mamá… flor bonita”. Gloria y Alonso sintieron que el mundo se detenía, no por la perfección de las palabras, sino por la belleza del gesto, por su gran avance. Su hijo no solo hablaba… estaba expresando lo que sentía de forma clara y coherente. Ahora Poli se expresa mejor, dice con confianza a su padre — “Quiero jugar a la pelota”. A partir de ese día, las palabras de Poli llegaron despacito, como brotes nuevos en primavera. Gloria y Alonso fueron dejando de lado la angustia y confiando mucho más en le proceso, aprendieron que hablar no siempre es con la boca… a veces es con el alma y que la forma en que hablamos a nuestros hijos, puede tener un impacto significativo en su desarrollo del lenguaje y su capacidad para comunicarse de manera efectiva.

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