Desde la crisis financiera, la necesidad de que las compañías estuvieran regidas por criterios de buen gobierno corporativo devino esencial, acentuándose la importancia de todo cuanto concierne al conjunto de principios y procedimientos que garantizan transparencia y una gestión ordenada. Atrás quedaron órganos de administración integrados por consejeros poco involucrados o inapropiados, con retribuciones desorbitadas; directivos y profesionales -en casos que no es preciso recordar- cuya falta de diligencia, ética y competencia pusieron en riesgo el sistema económico a escala global; asunción de riesgos desmesurada; imprudencia y falta de diligencia…