Concentrados en inmuebles ruidosos e inhumanos, las llamadas insulae, los habitantes de los barrios bajos de Roma estaban expuestos a numerosas catástrofes naturales. La ciudad sufrió varios temblores de tierra y crecidas del Tíber. Además, las heladas o la canícula desde comienzos de la República volvieron precaria la vida en los barrios bajos de la ciudad. Hambruna, desempleo y desamparo fueron las consecuencias inevitables de estas catástrofes. Miguel Ángel Novillo López, profesor de Historia Antigua en la UNED.