En mi labor como docente, desde hace ya unos cuantos años, formo a un grupo de adolescentes de unos 16 años para que aprendan a hablar en público. Es un proyecto especial, porque no es un taller puntual de un par de horas sino un proyecto en horario lectivo, que se extiende a lo largo de unos 3 meses, y que termina con cada uno de los alumnos haciendo un discurso persuasivo delante del resto de la clase. Cada semana me planto allí durante una hora y les hablo de conceptos básicos de oratoria como la estructura de un discurso, la comunicación no verbal o el uso de apoyos visuales, y vamos practicando y dando forma al discurso que presentan al final del proyecto. Cada uno de ellos tiene sus millones de preocupaciones y temas pendientes en la cabeza, bastante alejados de los míos, como son los exámenes, lo que unos opinan de otros, y todo eso sumado al enredo mental propio de su edad. Así que cada clase a lo largo de esos meses me la tengo que currar. Para que hagan los ejercicios que propongo, o incluso para que presten atención a las livianas explicaciones teóricas que les doy. Tengo que llevar mi kit de recursos comunicativos preparado, con mis historias, dinámicas, pero también con mi capacidad de conectar a un nivel mucho más elemental, el que va de persona a persona. Supongo que a esto se le llamará persuasión o algo así como capacidad de influencia, en todo caso, tiene que ver con la capacidad de comunicar con otras personas. Lo que estás a punto de leer es ese kit de recursos y pequeños trucos que me suelo llevar a esas clases, al que he sumado un poco de investigación para dar con algunos trucos que te ayudarán a comunicar mejor en tus interacciones con otras personas. 1. Llama a las personas por su nombre Ya lo decía Dale Carnegie en su libro Cómo ganar amigos e influir en las personas: Recuerda que para cualquier persona, su nombre es el sonido más dulce e importante en cualquier idioma. Tratar por el nombre a tus interlocutores demuestra respeto y empatía, y en muchos casos funciona como un resorte mágico. Cuando estoy dando formación y veo que alguna persona se me va apagando, zasca, le suelto un: María, tú qué opinas. o, Mario, se te ocurre algún ejemplo. Y automáticamente reconectan con el momento presente y con la actividad que estamos haciendo. Me pasa, por supuesto, con esos adolescentes a los que formo, así que trato siempre de memorizar sus nombres lo antes posible. Además, suelo arriesgar bastante, si no recuerdo bien el nombre de alguno, me lo invento, y se acaban riendo con lo cómico que es llamar Eugenio a Miguel. Lógicamente, este truco también funciona muy bien en las distancias cortas, de hecho, por eso es uno de los básicos en todo kit del comercial; preguntar cuanto antes el nombre de la persona con la que hablas. Pero cuidado, no quieres parecer el comercial trasnochado de turno que no para de decir tu nombre hasta que la cuarta vez en la misma frase te resulta tan empalagoso que lo único que quieres es que te deje en paz por miedo a que te borre el nombre. Por ello, usa el nombre de las personas de forma estratégica y sin pasarte, lo justo para establecer esa conexión y nombrando a la persona alguna otra vez mientras habláis. Ya lo sabes, encontrarás el equilibrio a medida que vayas probando. 2. Haz preguntas abiertas Sobre todo cuando estés hablando en un grupo reducido, o con otra persona, será inevitable que surjan preguntas. De hecho la mayoría de las conversaciones empiezan con una: ¿Qué tal estás? ¿Dónde está el lavabo? ¿Qué tengo que hacer? Pero no solo son buenas al inicio de una interacción, las preguntas favorecen las buenas conversaciones, y de eso saben mucho las periodistas, los maestros o las psicólogas. Y es que esto del arte de preguntar no es nada nuevo, Sócrates utilizaba la mayéutica hace ya unos 2500 años, que consistía en que sus alumnos alcanzaran el conocimiento por medio de preguntas. Existen varios tipos de preguntas, pero si nos ponemos simplistas,