La muerte del presidente Ebrahim Raisi en mayo de 2024 ha reavivado el debate sobre la estabilidad del régimen iraní y el futuro de la República Islámica. Mientras la sucesión del líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, de 85 años, sigue siendo incierta, el país atraviesa una crisis múltiple: económica, política y social.
Las sanciones internacionales, la inflación imparable y la corrupción estructural han empobrecido a una población joven y cada vez más desencantada. Las protestas, como las que estallaron tras la muerte de Mahsa Amini en 2022, no han cesado del todo, aunque el aparato represivo del Estado ha contenido su expansión.
El régimen, fundado tras la Revolución Islámica de 1979, enfrenta un dilema: renovarse o morir. La sucesión de Jamenei podría marcar un punto de inflexión. Su hijo Mojtaba es visto como favorito, pero carece del carisma y legitimidad necesarios. Al mismo tiempo, sectores reformistas y opositores en el exilio presionan por una transición.
¿Está llegando el fin de los ayatolás? Aún es pronto para afirmarlo, pero el modelo teocrático parece cada vez más desconectado de la sociedad iraní actual. El ocaso no es inminente, pero las grietas ya no pueden ocultarse.