El mundo parece deslizarse hacia una nueva Guerra Fría, marcada por tensiones crecientes entre dos bloques emergentes. Por un lado, Estados Unidos y sus aliados tradicionales —como Japón, Corea del Sur, Australia y la OTAN— mantienen una postura firme frente al avance de potencias autoritarias como China y Rusia, que afianzan una alianza estratégica con respaldo de países como Irán, Corea del Norte o Venezuela.
El liderazgo de cada bloque recae en figuras claves: Joe Biden en Occidente, y Xi Jinping y Vladimir Putin como referentes del bloque euroasiático. La rivalidad tecnológica, el comercio, la desinformación y la carrera armamentista son ejes del conflicto latente, mientras la inteligencia artificial y las armas nucleares resurgen como factores disuasorios y de presión.
A corto y medio plazo, los escenarios más probables incluyen conflictos indirectos, ciberataques, sanciones económicas cruzadas y un refuerzo de alianzas militares. En este contexto, Europa busca una “autonomía estratégica” que le permita actuar sin depender completamente de Washington, aunque la unidad continental sigue en entredicho.
Sin combates directos entre potencias, esta nueva Guerra Fría se libraría en los márgenes: en el ciberespacio, en la economía y en los foros diplomáticos. La pregunta ya no es si ocurrirá, sino cómo y cuándo.