En un movimiento que marca un nuevo rumbo en su política exterior, Rusia se convirtió en el primer país en reconocer oficialmente al gobierno talibán en Afganistán. El anuncio, hecho esta semana, refleja la estrategia del Kremlin de afianzar su influencia en Asia Central y de llenar los vacíos geopolíticos que han dejado Estados Unidos y sus aliados occidentales.

Desde su invasión a Ucrania, Moscú ha buscado estrechar lazos con países considerados periféricos por Occidente, desafiando el orden internacional establecido. Este reconocimiento al régimen talibán no solo consolida la presencia rusa en una región clave, sino que también otorga legitimidad diplomática a un gobierno que ha sido ampliamente cuestionado por su historial en derechos humanos y su tratamiento a mujeres y minorías.

La decisión tiene implicaciones importantes: podría alentar a otros países a establecer relaciones formales con los talibanes, cambiar la dinámica regional en temas como seguridad, narcotráfico y migración, y complicar aún más los esfuerzos de Estados Unidos y Europa por aislar al régimen.

Con esta jugada, Rusia refuerza su narrativa de potencia alternativa al liderazgo occidental, incluso si eso significa apoyar gobiernos controvertidos en busca de aliados estratégicos.