Nacido a finales del siglo XIII, el Imperio Otomano creció desde una pequeña tribu turca hasta convertirse en uno de los imperios más duraderos y temidos de la historia. Con la conquista de Constantinopla en 1453, no solo puso fin al Imperio Bizantino, sino que transformó Estambul en la capital de un vasto dominio que se extendía por Europa del Este, el norte de África y el mundo árabe.
Su apogeo llegó bajo Solimán el Magnífico en el siglo XVI, pero los siglos posteriores fueron testigos de una lenta decadencia. Las derrotas frente a Austria y Rusia, la creciente deuda externa, la corrupción del aparato estatal y las tensiones nacionalistas internas minaron su cohesión. Europa lo llamaba “el hombre enfermo” por su debilitamiento progresivo frente a las potencias emergentes.
La participación otomana en la Primera Guerra Mundial, aliándose con Alemania, fue el error definitivo: perdió casi todos sus territorios tras la derrota. En 1922, se abolió el sultanato, y en 1923, Mustafa Kemal Atatürk fundó la República de Turquía, marcando el fin oficial de un imperio que había durado más de 600 años.
Fuentes: Encyclopaedia Britannica, BBC History, History.com, Turkish Ministry of Culture.