Queralt Lahoz pertenece a esa generación
que nació con Mala Rodríguez como referente (una mujer
poderosa abriéndose camino en el universo sobrado de testosterona del hip hop
de los 90 a base de mordiscos de rabia) y que ha vivido la explosión global
de Rosalía, quien ha demostrado que es posible deconstruir el flamenco
desde una óptica contemporánea y hasta experimental sin perder el espíritu
popular de la música.
Con esos mimbres, esta catalana con sangre granadina
despuntó ya en 2019 con el EP ‘1917’, cinco canciones entre las que
resplandecía el fulgor de ‘Drogas caras’. Más que a Rosalía o a la Mala, en
realidad su música dialogaba ya entonces con la de la cordobesa Gata Cattana,
una de las poetas y raperas más brillantes de la música en español, y quien
por desgracia murió repentinamente en 2017 a los 25 años.
Ahora, con este debut en largo, Queralt Lahoz
demuestra que su propuesta es tan diversa y original que no es posible
compararla con nadie más. Es cierto que sus rimas poéticas y comprometidas
acercan su figura a Gata Cattana, que su chulería desbordante de talento y esa
mirada transversal recuerda a los inicios de Mala Rodríguez, y que su formación
desde el flamenco como hija de migrantes en Cataluña es paralela a la biografía
de Rosalía.
Pero sólo hay que escuchar canciones como ‘De la cueva
a los olivos’, un precioso homenaje a su abuela donde establece conexiones con
Latinoamérica (el bolero y el son cubanos) para darse cuenta de que Queralt
Lahoz es una de las voces más singulares y brillantes que han salido de la
música española durante los últimos años. Una artista que, como dice Lola
Flores en una grabación que suena en la introducción (‘Origen’), vive el arte
“a flor de piel”.
José Fajardo.