Se nos va de ojo que una cosa es buscar el reconocimiento de los demás, necesario para encontrar nuestro lugar en el mundo; y otra diferente someternos de continuo a su escrutinio para sentirnos reconocidos.

El ejemplo palmario es el “selfie” que ha exacerbado, de manera perversa, la necesidad de mostrar al mundo nuestra privacidad en búsqueda de un reconocimiento a nuestra singularidad, mediante la reproducción técnica retocada de un yo que siempre es otro: porque es la recreación falsa de uno mismo.

Así la identidad propia se difumina y cosifica al adaptar lo que somos a lo que creemos que puede sorprender a los demás, en una búsqueda constante y agotadora para la mente que convierte nuestra imagen en un arquetipo, que termina por obsesionarse con la obtención de la fama y el beneficio, siempre efímero por estar sujeto al contexto social y a su vaivén. Proceso letal que termina por emborronar quienes somos nosotros realmente. ¡Que no se te vaya de ojo!