¿Quién y Qué se Considera Ser Verdaderamente Judío? Parte 3.
La Neshamá manifestada como evidencia mínima de ser humano. Parte 1.
Por David Saportas Liévano.
En mis disertaciones de diagnóstico de la realidad y lo que sucede en el mundo y que se evidencia a través de los medios de comunicación, redes y manifestaciones de todo tipo de entornos tanto particulares como masivos, verificables en la era de la información, así como personalmente, muy frecuentemente me expreso sin ambigüedades sobre la condición de lo que se ve y se constata. Sin entrar en detalles (si los quiere ver, mis blogs y libros con miles de páginas escritas al aspecto están disponibles) lo que se ve es pensamiento absurdo y psicótico. Peor aun, no sólo pensamiento con adhesiones a todo lo que se concluye es inmoral y criminal, sino que se actúa acorde. A todo esto lo califico como demoniaco e infernal. Parecería adjetivismo subjetivo, exagerado y con seguridad, en evidente inversión de todo concepto y realidad en verdad, como neurosis enfermiza disociada y desadaptada de lo que se disfraza con caretas falsas de tolerancias y entendimientos progresistas. Las masas enfermas psicópatas calificando de enfermos y psicópatas a quienes luchan por la verdad. Este es el panorama que muchos desestiman adheridos a la mentira con ínfulas de ética y supuestamente espiritualidad. Todo el mundo luchando por adaptarse a una condición planetaria profundamente enferma e infernal. Esos son adjetivos exactos. No es imaginación y se demuestra de miles de formas. Yo las demuestro en detalle y forma explícita inequívocamente sin tergiversación y lo llamo con descripciones exactas. Una de ellas es calificando como “demonios” o “subhumanos” a quienes se corresponden en sintonía con toda la mentira que nos avasalla en todo sentido.
¿Acaso exagero? ¿Acaso es imaginación? ¿Acaso es sólo mi percepción subjetiva y delirante? ¿Se puede demostrar con argumentación relevante profunda y reveladora sobre los misterios de la creación y del supuesto “hombre” sin imaginación y de maneras contundentes a la luz superior de la razón y respuestas sublimes trascendentales integrales y multicontextuales reveladas a partir de la Torá, la revelación divina? Ciertamente un reto y una tarea no apta para quienes se regodean en la ignorancia, adheridos a la mentira en confirmación de su condición “demoniaca”. Porque ese es el nombre exacto descriptivo para quienes carecen de manifestación o ausencia completa de chispa divina que conoce en la terminología kabbalista como la parte del alma denominada “NESHAMÁ”. ¿De qué se está hablando? No es imaginación, no es especulación, no es teología, no es filosofía, no es humanismo ignorante, no es nada de lo que podría postular cualquier supuesto conocimiento de “este mundo” disociado de la Torá… Es revelación divina de insondable e infinita sabiduría. Abarca múltiples dimensiones abordar el tema de la neshamá (el nivel superior del alma en el judaísmo) según las enseñanzas de la Torá, la Kabbalá y el rabinismo.
A continuación, abordaré los aspectos fundamentales poco a poco entrando en complejidad progresiva de manera sistemática, basándome en fuentes tradicionales judías, especialmente de la Kabbalá (como el Zohar, las enseñanzas de Isaac Luria, el Baal HaSulam y otros) y el pensamiento jasídico, para confirmar, ampliar o matizar las típicas interpretaciones dentro del judaísmo al respecto. También incluiré citas y referencias de los sabios de Israel donde sea posible, manteniendo un enfoque claro y conciso, aunque el tema sea extremadamente complejo. Los énfasis seleccionados de estudio o disertación en principio son principalmente académicos referenciales respecto a las fuentes fariseas de donde proviene la información. Es decir, fuentes que son autorizadas celestialmente al pueblo judío como poseedor escogido de la revelación divina, no obstante sea el nivel que sea. Una dialéctica llena de misterios que todavía NO serán abordados en profundidad y complejidad (como debe ser siempre), pero que al igual que todo en la existencia se percibe y se comprende poco a poco, nivel por nivel.
Esto anterior quiere decir que se presenta a manera de evidencia inobjetable la argumentación que los mismos sabios de Israel han revelado y dejado testimonio por escrito. Cada cual a su manera. Así que este artículo, extraído de mis trabajos más profundos disertativo en profundidad, empieza con reseñar las mismas palabras con que se ha estudiado y explicado este tema de la neshamá de forma FARISEA. Esta última aclaración es obligada, pues se constatará acorde a citas y referencias, con el aporte de mis explicaciones limitadas a las explicaciones fariseas iniciales, que las conclusiones si se dejan en la fragmentación exclusiva farisea perteneciente al pensamiento deductivo en la letra de este mundo lunar constituido en la rigidez de la forma y por lo tanto de la percepción limitada no dialéctica en pensamiento inductivo blanco y negro por exclusión, se llegan a conclusiones que pueden conducir al error, cuando se asumen como la totalidad de la respuesta. Esto poco a poco se irá entendiendo. Eso espero. No obstante se aclara que las conclusiones deben ser interpretadas fragmentos incompletos de lo que se debe conciliar contextualmente con la revelación del reino de los cielos (introducción a la Torá de Mashiaj para el mundo venidero) y que, aunque implícita en toda la enseñanza farisea obligada y prerrequisito como puerta de entrada a la comprensión solar de la existencia, implícita y revelada entre líneas, la carencia de reconocimiento explícito de las palabras de Mashiaj en los textos neotestamentarios, no permiten ver el panorama completo. Las explicaciones profundas sobre esto acabado de decir, NO se dan en esta serie inicial de artículos fragmentados. Pues como ya se dijo, hacen parte de un trabajo integral más extenso. Así que empiezo desde lo simple a lo más complejo, y como ya se dijo, con énfasis principal académico, aunque no completamente.
1. Definición y Significado de la Neshamá.
La neshamá, según la tradición judía, es uno de los cinco niveles del alma descritos en la Kabbalá: Nefesh (alma vital, asociada con la existencia física), Ruaj (espíritu, relacionado con las emociones y el carácter), Neshamá (alma superior, vinculada a la mente y la conexión divina), Jayá (vida espiritual, conexión con la esencia divina) y Yehidá (unidad, el nivel más elevado que refleja la unión total con Dios). La neshamá es considerada la «chispa divina» que otorga al “ser humano” una conexión directa con lo divino, reflejo de la imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26-27). Como señalas, es el «soplo de vida» (nishmat jayim, Génesis 2:7) que Dios insufló en Adam, otorgándole una dimensión espiritual única. ¿Quién es el ser humano? ¿Qué significa ser humano?
El Zohar (Zohar 1, 81a) describe la neshamá como «la luz que emana de lo Alto», una chispa de la esencia divina que permite al “ser humano” comprender y conectarse con la voluntad de Dios. Según el rabino Schneur Zalman de Liadi en el Tanya (capítulo 2), la neshamá es «una parte literal de Dios de lo Alto» (Jelek Eloka mi-ma’al), lo que confirma la interpretación de que es un reflejo progresivo de la divinidad en el hombre. Esta chispa no depende de nuestras acciones, creencias o pecados, sino que es un regalo divino intrínseco. Fue un regalo en el momento de la creación del verdadero ser humano. ¿Todavía la tenemos? ¿La tiene todo el mundo con apariencia de humano?
La neshamá es la parte del alma que empieza a tener chispa divina con equivalencia de forma con el soplo de divinidad que nos proporciona una imagen y semejanza con Dios de manera progresiva, dada nuestra actual condición de caída. Según las explicaciones del Baal HaSulam, se deben rectificar los 125 niveles del alma para unirse a Dios nuevamente. Sólo cuando se llega en rectificación a los niveles inferiores de neshamá en un mínimo requisito, se empieza progresivamente a halar de arriba partes adicionales de la misma poco a poco, para que se integre con las otras partes de nuestra alma (inferiores hasta entonces). Esto último se logra a través del estudio de la Torá y cumplimiento de mitzvot de forma “lishmá” (en aras del cielo y forma gratuita con verdadera devoción del corazón en sabiduría y comprensión) para empezar.
2. Rectificación de los 125 Niveles y la Neshamá según Baal HaSulam.
El Baal HaSulam (Rav Yehuda Ashlag), en su comentario al Zohar y en textos como Talmud Eser Sefirot, desarrolla la idea de los 125 niveles de rectificación del alma, que corresponden a las combinaciones de las diez sefirot (emanaciones divinas) a través de los cinco mundos espirituales (Adam Kadmón, Atzilut, Beriáh, Yetziráh y Asiyáh). Según Baal HaSulam, el proceso de rectificación (tikún) implica purificar el alma para que pueda ascender progresivamente y recibir más luz divina. La interpretación de que la neshamá se «hala de arriba» por partes es precisa. Baal HaSulam explica que el alma, en sus niveles inferiores (nefesh y ruaj), está inicialmente limitada por el ego y las inclinaciones materiales (yetzer hará). A través del estudio de la Torá y el cumplimiento de las mitzvot con la intención pura (lishmá, por amor a Dios y no por recompensa), el individuo refina su alma, permitiendo que la neshamá descienda e ilumine las partes inferiores. Este proceso no es automático, sino que requiere esfuerzo consciente. En “Panim Meirot uMasbirot”, Baal HaSulam escribe: «La neshamá no puede manifestarse plenamente en el hombre hasta que haya rectificado su nefesh y ruaj mediante el trabajo espiritual».
La rectificación de los 125 niveles implica que la neshamá se integra gradualmente, aportando mayor claridad espiritual y conexión con Dios. Solo cuando se alcanzan niveles superiores de rectificación, la neshamá puede manifestarse plenamente, preparando al alma para recibir los niveles de Jayá y Yehidá, que son aún más elevados y raros.
3. Aportes de la Neshamá: Discernimiento y Atributos Espirituales.
Rasgos de carácter virtuosos, cualidades, naturaleza bondadosa, propiedades altruistas y similares bien pueden ser considerados como lista de atributos que la neshamá aporta al alma y son en todo sentido consistentes con las enseñanzas judías, particularmente en la Kabbalá y el jasidismo. La maldad y la locura se manifiesta en exacta medida en cada persona que carece de las cualidades celestiales que sólo la neshamá puede aportar en equivalencia de forma. La neshamá, al ser la chispa divina, otorga al ser humano verdadero la capacidad de trascender su naturaleza animal (nefesh) y conectar con valores espirituales. Estos valores nunca serán relativos. Son absolutos y se fundamentan en la comprensión de la verdad y el discernimiento entre el bien y el mal, para empezar. Como posible lista de atributos de la neshamá se pueden citar cualidades tales como el discernimiento entre el bien y el mal (un atributo que se aprende, y que como ya se mencionó, es el principio rector fundamental de entrada), sentido común, empatía y amor al prójimo, humildad, paciencia y benevolencia, honestidad y objetividad, lógica celestial, respeto, justicia y verdad, inteligencia y sabiduría espiritual, devoción, temor y amor a Dios, alegría espiritual, conexión con la eternidad, etc. La lista bien puede ser interminable en evidencia de sabiduría. El ignorante jamás podría siquiera imaginarla de forma mínima.
A continuación, amplío con explicaciones breves la lista de atributos ejemplificada basándome en fuentes tradicionales. Estas explicaciones aunque breves en comparación con lo insondable posible de mencionar, no obstante reflejan una dimensión prácticamente desconocida para casi todo el mundo. No se puede decir que sean valores que se perciban en las masas, ni en ámbitos académicos, mucho menos en círculos de poder, en la cultura, en la historia, en ninguna sociedad, excepto en el pueblo judío al cual todos difaman. Una evidencia de diagnóstico de lo que realmente nos rodea en oscuridad. En los círculos de los sabios de Israel y por más de 3500 años, el pueblo judío ha dejado testimonio de esta sabiduría de forma especifica y detallada a niveles impensables para el profano ajeno a la Torá. Por lo tanto también en cada una de las explicaciones sobre los atributos señalados y muchos más. Libros y libros de tomos enciclopédicos se han escrito sobre cada aspecto referenciado y dejado como herencia para nuestro pueblo, y como luz a las naciones. Una luz que siempre han rechazado las mismas con prejucio y antisemitismo. Esto no viene de la nada. Ya se explicará con algo de detalle más adelante. La luz molesta a las huestes demoniacas. Así de sencillo.
Discernimiento entre el bien y el mal: El Tania (capítulo 1) explica que la neshamá otorga la capacidad de distinguir entre el bien (la voluntad divina) y el mal (el egoísmo que oculta la verdad divina). Este discernimiento es más claro en la neshamá porque está conectada directamente con la sabiduría divina (Jojmá) y la inteligencia (Bináh) de las sefirot. En el judaísmo, el discernimiento entre el bien (tov) y el mal (ra) es un principio ético y espiritual que guía la conducta humana y refleja la responsabilidad de alinearse con la voluntad divina.
Algunas ideas clave al respecto:
La Torá como guía: La Torá (la ley divina) y los mandamientos (mitzvot) son la base para discernir entre el bien y el mal. En Deuteronomio 30:15-16, Dios presenta al pueblo la elección: «He puesto ante ti la vida y el bien, la muerte y el mal… escoge la vida». Esto implica que el ser humano tiene libre albedrío para elegir, pero la Torá proporciona las directrices claras para identificar lo correcto.
El yetzer hatov y el yetzer hará: El judaísmo enseña que los seres humanos poseen dos inclinaciones: el yetzer hatov (inclinación al bien, asociada con la conciencia moral y la búsqueda de lo divino) y el yetzer hara (inclinación al mal, ligada a los deseos egoístas o instintivos). El discernimiento implica escuchar al yetzer hatov y controlar el yetzer hara. Según el Talmud (Berajot 5a), el estudio de la Torá y la práctica de las mitzvot ayudan a transformar el yetzer hara en una fuerza positiva.
La razón y la conciencia moral: Los sabios judíos, como Maimónides, enfatizan que el discernimiento requiere cultivar la razón y la sensibilidad ética. En su obra Guía de los Perplejos, Maimónides explica que el conocimiento de Dios y la adherencia a los mandamientos desarrollan la capacidad de distinguir entre acciones que promueven la santidad (kedushá) y aquellas que llevan al pecado.
Consecuencias de las elecciones: El judaísmo subraya que el bien y el mal no son abstractos, sino que tienen consecuencias prácticas. Por ejemplo, en Proverbios 3:7 se aconseja: «No seas sabio a tus propios ojos; teme a Dios y apártate del mal». El discernimiento implica evaluar las acciones según su impacto en uno mismo, en los demás y en la relación con Dios.
Discernimiento entre el bien y el mal en la kabbalá: La kabbalá ofrece una perspectiva más mística sobre el discernimiento, vinculándolo con la estructura del universo y la lucha espiritual.
La dualidad de las sefirot y el sitrá ajará: En la kabbalá, el bien está asociado con las sefirot (emanaciones divinas), que canalizan la luz de Dios hacia el mundo. El mal, por otro lado, está relacionado con el sitrá ajará (el «otro lado»), las fuerzas espirituales que se separan de la santidad y promueven el caos o la desconexión de lo divino. El discernimiento implica reconocer las influencias de las sefirot (como Jesed, la bondad) frente a las distorsiones del sitrá ajará.
El mundo como campo de prueba: Según el Zohar, el mundo físico es un lugar donde las almas enfrentan pruebas para distinguir entre el bien y el mal. La kabbalá ve el mal como una «cáscara» (klipá) que oculta la luz divina. El acto de discernir implica «romper las cáscaras» al elegir acciones que eleven lo material hacia lo espiritual.
Transformación del mal: En el jasidismo, una rama influenciada por la kabbalá, se enseña de forma farisea que el yetzer hará no es inherentemente malo, sino una energía que puede redirigirse hacia el bien. Por ejemplo, el deseo material puede transformarse en un deseo apasionado por servir a Dios. Este proceso requiere un discernimiento profundo para identificar el potencial redentor incluso en lo que parece «malo».
Rechazo al mal como obligación divina: El judaísmo y la kabbalá consideran el rechazo explícito al mal como una obligación divina, ya que alinearse con el bien es parte del propósito humano y de la alianza con Dios.
Mandato de apartarse del mal: La Torá ordena explícitamente evitar el mal. En Salmos 34:14 se dice: «Apártate del mal y haz el bien». Este mandato implica no solo evitar acciones pecaminosas, sino también rechazar activamente cualquier comportamiento o influencia que aleje de la santidad, como la idolatría, la mentira o la injusticia.
Lucha contra la injusticia: Los profetas, como Isaías (1:16-17), enfatizan que rechazar el mal incluye combatir la opresión y la corrupción: «Lavaos, purificaos, quitad la maldad de vuestras obras… buscad la justicia, socorred al oprimido». Esto convierte el rechazo al mal en una responsabilidad social y ética, no solo personal.
Tikún (rectificación): La kabbalá ve el rechazo al mal como parte del tikún olam (reparación del mundo). Al rechazar las influencias del sitrá ajará y elegir el bien, el ser humano contribuye a restaurar el equilibrio espiritual del universo. Por ejemplo, el Ari (Rabino Isaac Luria) enseñaba que cada mitzvá realizada debilita las fuerzas del mal y fortalece la presencia divina.
Responsabilidad colectiva e individual: El Talmud (Shabat 54b) enseña que quien tiene la capacidad de protestar contra el mal y no lo hace, es considerado cómplice. Esto aplica tanto a nivel personal (evitar pecados) como comunitario (denunciar injusticias). En el jasidismo, se enfatiza que el rechazo al mal debe hacerse con amor y humildad, buscando siempre la redención de los demás, no solo la condena. Esto requiere aclaraciones.
Estudio de la Torá: El estudio constante de la Torá y los textos éticos (como el Pirkei Avot) afina el discernimiento, ayudando a identificar el bien y el mal en situaciones complejas.
Teshuvá (arrepentimiento): La práctica de la teshuvá implica reconocer el mal cometido, rechazarlo y volver al camino del bien, lo cual es una obligación divina especialmente destacada en los Días de Arrepentimiento (entre Rosh Hashaná y Yom Kipur).
Ejemplo de los patriarcas: Figuras como Abraham, quien desafió la idolatría de su tiempo A costa de la seguridad de su propia vida y enfrentando la muerte), ejemplifican el rechazo activo al mal como un acto de fe y obediencia a Dios.
En el judaísmo, el discernimiento entre el bien y el mal se basa en la Torá, la razón y la lucha interna entre el yetzer hatov y el yetzer hará, con el objetivo de elegir la vida y la santidad. En la kabbalá, este discernimiento se profundiza al entender el mal como una distorsión espiritual que debe ser transformada o rechazada para revelar la luz divina. El rechazo explícito al mal es una obligación divina, tanto en el ámbito personal (evitando el pecado) como colectivo (combatiendo la injusticia), y se considera esencial para cumplir el propósito humano y reparar el mundo (tikún olam).
Sentido común: La neshamá permite un entendimiento intuitivo de la realidad, alineado con la lógica celestial (no con cálculos egoístas). El Zohar (2, 94b) describe esto como «la luz de la mente que percibe la verdad divina». El concepto de «sentido común» no se aborda en el judaísmo o la kabbalá con un término único, ya que estas tradiciones tienden a enfocarse en conceptos como la sabiduría (jojmá), el entendimiento (biná), el discernimiento (daat) y la razón práctica, que podrían considerarse análogos o relacionados. Sin embargo, podemos explorar cómo el judaísmo y la kabbalá abordan ideas que se asemejan al sentido común, entendido como la capacidad de razonar de manera práctica, intuitiva y alineada con los principios éticos y espirituales. A continuación, presento definiciones y explicaciones basadas en estas tradiciones.
En el judaísmo, el sentido común puede entenderse como una combinación de razón práctica, juicio ético y la aplicación de los principios de la Torá a la vida cotidiana.
Algunas ideas clave:
Sabiduría práctica (sejel): El término hebreo sejel se refiere a la inteligencia práctica o sentido común, que implica tomar decisiones sensatas basadas en la experiencia, la lógica y los valores de la Torá. En el Talmud (por ejemplo, Shabat 31a), se valora la capacidad de aplicar el conocimiento de manera práctica para resolver problemas y vivir éticamente.
La Torá como fuente de juicio: El judaísmo considera que el sentido común está informado por la Torá, que proporciona un marco moral y ético. Por ejemplo, en Proverbios 3:13-14 se exalta la sabiduría y el entendimiento como más valiosos que las riquezas, sugiriendo que el «sentido común» judío implica alinear las decisiones con los principios divinos. Un ejemplo práctico es la enseñanza de Hilel (Pirkei Avot 2:5): «En un lugar donde no hay hombres, esfuérzate por ser hombre», que apela a la responsabilidad y al juicio práctico.
Discernimiento ético: El sentido común en el judaísmo no es sólo instintivo, sino que se cultiva mediante el estudio y la reflexión. Maimónides, en su obra Mishné Torá (Hiljot Deot 1:4), enfatiza que una persona debe desarrollar un carácter equilibrado, lo que implica usar la razón para tomar decisiones que eviten los extremos y promuevan el bienestar personal y colectivo.
Comunidad y consenso: En la tradición judía, el sentido común también se refleja en las decisiones colectivas de la comunidad, como las interpretaciones rabínicas del Talmud. Por ejemplo, el principio de seguir la mayoría (rov, Éxodo 23:2, interpretado en el Talmud, Sanedrín 2a) sugiere que el consenso razonado de los sabios puede ser una guía para lo que es «común» o sensato. Esto no tiene los significados torcidos de las naciones respecto a la democracia. No se sigue la mayoría de las masas ignorantes. Se sigue la mayoría de un consenso de sabios probados y según necesidades del pueblo judío que vive bajo los designios de la Torá y acorde a la Torá. No es lo mismo en resultados obviamente, así como no tiene nada que ver con las costumbres de las supuestas y falsas democracias fundamentadas en intereses corruptos, conveniencias particulares y ausencia de verdadera ética.
Sentido común en la kabbalá: En la kabbalá, el sentido común se relaciona con conceptos místicos como la integración de las sefirot (emanaciones divinas) y la capacidad de percibir la verdad espiritual en el mundo material.
Daat como discernimiento intuitivo: La sefirá de Daat (conocimiento) en el árbol de las sefirot representa la capacidad de integrar la sabiduría (jojmá) y el entendimiento (biná) para tomar decisiones prácticas y espirituales. En este sentido, Daat puede considerarse un equivalente místico del sentido común, ya que implica una comprensión intuitiva de cómo aplicar los principios divinos en la vida diaria. El Zohar (Zohar 1, 30b) describe Daat como la conexión entre lo abstracto y lo práctico.
Equilibrio entre lo espiritual y lo material: La kabbalá enseña que el mundo físico es un reflejo del mundo espiritual. El sentido común, en este contexto, implica reconocer las «chispas divinas» (nitzotzot) presentes en la realidad cotidiana y actuar de manera que eleve lo material hacia lo espiritual. Por ejemplo, el Baal Shem Tov, fundador del jasidismo, enseñaba que incluso las decisiones más mundanas (como comer o trabajar) pueden ser actos sagrados si se hacen con la intención correcta.
Humildad y apertura: En la kabbalá, el sentido común está ligado a la humildad (anavá), ya que una persona humilde está abierta a aprender de los demás y a reconocer la sabiduría divina en todas las cosas. Esto se refleja en la enseñanza jasídica de que el verdadero entendimiento surge cuando uno reduce el ego (bitul) y se conecta con la verdad universal.
Percepción de la unidad divina: La kabbalá ve el sentido común como la capacidad de percibir la unidad subyacente en la creación. Una persona con sentido común, en términos kabbalistas, no se deja engañar por las apariencias externas (klipot, cáscaras) que ocultan la verdad divina, sino que busca decisiones que armonicen con el propósito espiritual del mundo.
Estudio y reflexión: El estudio de la Torá y los textos éticos (como Pirkei Avot o los Salmos) ayuda a desarrollar un sentido común alineado con los valores judíos. Por ejemplo, el consejo de Pirkei Avot 4:1, «¿Quién es sabio? El que aprende de todos», refleja un enfoque práctico para adquirir juicio sensato.
Consulta con los sabios: En el judaísmo, el sentido común a menudo se refuerza consultando a rabinos o maestros, quienes combinan el conocimiento de la Torá con la experiencia práctica. Esto es evidente en la tradición de las psakim (resoluciones halájicas) que resuelven dilemas prácticos.
Meditación y kavaná: La práctica de la kavaná (intención consciente) en las mitzvot y las oraciones fomenta un sentido común espiritual, ayudando a tomar decisiones que reflejen la voluntad divina. Por ejemplo, el jasidismo enfatiza la importancia de actuar con claridad y propósito en cada acción.
En el judaísmo, el sentido común se asocia con la inteligencia práctica (sejel), el juicio ético basado en la Torá y la capacidad de tomar decisiones equilibradas que promuevan el bien personal y colectivo. En la kabbalá, se vincula con Daat, la integración de la sabiduría y el entendimiento para percibir la verdad divina en lo cotidiano, actuando con humildad y alineándose con el propósito espiritual del universo. Ambas tradiciones ven el sentido común como una habilidad que se cultiva mediante el estudio, la reflexión y la conexión con lo divino, y que se aplica en la vida diaria para vivir de manera ética y significativa. El prerrequisito obligado se fundamenta por supuesto, en el conocimiento de la Torá.
Empatía y amor al prójimo: Según el rabino Schneur Zalman (Tania, capítulo 32), la neshamá impulsa el amor incondicional hacia los demás, basado en la comprensión de que “todas” las almas provienen de la misma fuente divina. Por supuesto, ello exige se comprenda qué significa la designación “todas”. Esto se refleja en el mandamiento «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19:18), que Hillel consideró la esencia de la Torá. No es tan simple como jugar al buenismo progresista sin discernimiento alguno en ignorancia de la sabiduría celestial desmenuzada en entendimiento específico aterrizada en blanco y negro, y según dialéctica de jurisprudencia halájica revelada como rudimentos de la Torá. Bien puede tomarle a uno estudiar toda la vida el Talmud sin descanso y arduo esfuerzo para medio inferir de qué se trata el asunto. El ignorante NO puede ser bueno como se sentencia en el mismo Talmud.
En el judaísmo, la empatía se relaciona con la capacidad de ponerse en el lugar del otro y actuar con compasión, un valor central expresado en varios principios:
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19:18): Ya se dijo… Este versículo de la Torá es uno de los pilares éticos del judaísmo. La empatía implica tratar a los demás con el mismo cuidado, respeto y consideración que uno desearía para sí mismo. El rabino Hilel lo resumió diciendo: «No hagas a tu prójimo lo que no quieres que te hagan a ti; el resto es comentario, ve y estudia».
Jesed (Bondad amorosa): La empatía está vinculada al concepto de Jesed, que implica actos de bondad y compasión hacia los demás, incluso hacia extraños. Esto incluye ayudar a los necesitados, consolar a los que sufren y compartir sus alegrías o penas. La empatía en este contexto no es solo un sentimiento, sino una acción práctica.
Justicia y sensibilidad: Los profetas judíos, como Isaías y Jeremías, enfatizan la necesidad de empatizar con los vulnerables (huérfanos, viudas, pobres). La empatía se manifiesta en la justicia social y en la responsabilidad colectiva de cuidar a los demás.
Amor al prójimo en el judaísmo: El amor al prójimo (Ahavat Israel en el caso de los judíos, pero extensible a toda la humanidad) es un mandato divino que promueve la unidad y el respeto mutuo.
Unidad del pueblo: En el judaísmo, el amor al prójimo fomenta la cohesión comunitaria. Se enseña que “cada persona” es creada a imagen de Dios (Tzelem Elokim), lo que otorga una dignidad inherente a todos, promoviendo el respeto y el amor incondicional.
Mitzvot relacionadas: Muchas de las 613 mitzvot (mandamientos) de la Torá están orientadas al amor al prójimo, como dar caridad (tzedaká), visitar a los enfermos (bikur jolim) o acoger al extranjero. Estas prácticas reflejan el compromiso de actuar con amor y responsabilidad hacia los demás.
Perdón y reconciliación: El amor al prójimo también implica perdonar y buscar la paz. En Yom Kipur, por ejemplo, se enfatiza la necesidad de reconciliarse con los demás antes de buscar el perdón divino.
Empatía y amor al prójimo en la kabbalá: La kabbalá, la tradición mística judía, ofrece una perspectiva espiritual más profunda sobre estos conceptos, conectándolos con la estructura del universo y la relación con lo divino.
Sefirot y Jesed: En la kabbalá, la empatía y el amor al prójimo están asociados con la sefirá (atributo divino) de Jesed, que representa la bondad, la generosidad y el amor incondicional. Jesed es la fuerza expansiva que busca dar sin esperar nada a cambio, pero debe equilibrarse con Gevurá (disciplina) para evitar excesos.
Unidad cósmica: La kabbalá enseña que todas las almas están interconectadas, formando parte de una unidad divina. Amar al prójimo es, en esencia, reconocer esta conexión espiritual y actuar para fortalecerla. La empatía surge al entender que el dolor o la alegría del otro es, en un nivel profundo, parte de uno mismo.
Tikún Olam (Reparación del mundo): La kabbalá ve el amor y la empatía como herramientas para el tikún olam, la misión de reparar el mundo a través de actos de bondad y compasión. Cada acto de empatía contribuye a elevar las «chispas divinas» dispersas en la creación, acercando al mundo a su redención.
El alma y la compasión: Según la kabbalá, el alma humana (neshamá) tiene la capacidad de percibir el sufrimiento de los demás a un nivel espiritual. Practicar la empatía es alinear el alma con su propósito divino, que es reflejar las cualidades de Dios, como la misericordia (Rajamim).
Diferencias y complementariedad: En el judaísmo tradicional, la empatía y el amor al prójimo se expresan a través de mandamientos prácticos y éticos, con un enfoque en la acción (mitzvot) y la responsabilidad comunitaria.En la kabbalá, estos conceptos adquieren una dimensión mística, conectando las acciones humanas con la reparación del cosmos y la manifestación de las cualidades divinas.Un judío que practica estos valores podría, por ejemplo, visitar a un enfermo (bikur jolim) no solo como un acto de bondad, sino como una forma de conectar con el alma del otro, reflejar jesed y contribuir al tikún olam. La empatía se manifestaría en escuchar activamente y ofrecer consuelo, mientras que el amor al prójimo se reflejaría en el compromiso de ayudar sin esperar recompensa.
Valga la pena resaltar que todos y cada uno de los ejemplos citados (de entre cientos y miles posibles de inferir con sabiduría), han sido estudiados y desmenuzados por los sabios de Israel dejando testimonio escrito de dichos estudios y debates. Por ejemplo en el Talmud y en miles y miles de obras y textos antiguos de nuestros sabios.
Humildad: La verdadera humildad, según la Torá, no es autodegradación, sino el reconocimiento de que todo proviene de Dios. El rabino Moshe Jaim Luzzatto en Mesilat Yesharim (capítulo 22) explica que la neshamá fomenta esta humildad al conectar al individuo con la grandeza divina, haciéndolo consciente de su pequeñez relativa. En el judaísmo, la humildad (en hebreo, anavá, ענווה) se considera una virtud esencial que refleja la consciencia de la grandeza de Dios y la propia limitación como ser humano. Se trata de reconocer el lugar de uno en el universo y actuar con sinceridad y respeto hacia los demás. Se trata de reconocimiento de la grandeza divina. Según el judaísmo, la humildad surge al entender que nada proviene de mí, excepto mi poder de elección. El Talmud (Sotá 5a) destaca que Moisés, descrito como «el hombre más humilde sobre la tierra» (Números 12:3), era humilde porque reconocía que sus logros y habilidades eran dones divinos, no méritos propios.
Se trata de equilibrio entre autoestima y modestia: Los sabios judíos, como el Rabino Abraham Twerski, explican que la humildad no implica sentirse inferior, sino tener una autoestima sana sin arrogancia. Es saber que cada persona tiene un propósito único, pero nadie es intrínsecamente superior a otro. Es una práctica en la vida diaria. La humildad se manifiesta en acciones como escuchar a los demás, evitar el orgullo, y tratar a todos con dignidad, independientemente de su estatus en condiciones normales (diferente a cuando se trata de rechazar el mal explícitamente). El Pirkei Avot (Ética de los Padres, 4:1) enseña: «¿Quién es sabio? El que aprende de todos. Y por sobre todo de sus enemigos. ¿Quién es fuerte? El que controla sus impulsos». Esto refleja la humildad como apertura y autocontrol.
En la kabbalá, la humildad está profundamente vinculada a los conceptos espirituales de las sefirot (emanaciones divinas) y la conexión con lo divino. Aquí algunos puntos relevantes:
Anulación del ego (bitul): La kabbalá, especialmente en las enseñanzas del jasidismo, enfatiza el concepto de bitul, que implica reducir el ego para alinearse con la voluntad divina. La humildad no es solo una actitud externa, sino un estado interno de «anulación» del yo ante la presencia infinita de Dios (Ein Sof). Esto no significa destruir la individualidad, sino reconocer que el ser humano es un canal para la luz divina. Bien decía Mashiaj… “El que me quiera seguir, niéguese a sí mismo”.
Relación con la sefirá de Maljut: En el árbol de las sefirot, Maljut (el reinado) está asociada con la humildad, ya que representa la receptividad y la capacidad de reflejar la luz divina sin apropiarse de ella. Maljut es el recipiente que recibe de las sefirot superiores, simbolizando que la verdadera grandeza está en ser un vehículo para lo divino, no en buscar gloria personal.
Humildad como conexión con los demás: Según el Zohar, la humildad permite al ser humano conectar con la chispa divina presente en cada persona. Al ser humilde, uno reconoce que todos los “seres humanos” (los que lo son) son parte de un todo mayor, lo que fomenta la unidad y el amor hacia el prójimo.
Moisés como modelo: Tanto en el judaísmo como en la kabbalá, Moisés es el arquetipo de la humildad. A pesar de ser el líder elegido por Dios y de hablar directamente con Él, nunca buscó glorificarse a sí mismo, sino que sirvió con devoción al pueblo y a Dios.
Enseñanzas jasídicas: El Baal Shem Tov, fundador del jasidismo, enseñaba que la humildad implica alegrarse por los éxitos de los demás y no sentir envidia, porque todos forman parte del plan divino. Decía que una persona humilde es como un río que fluye hacia abajo, nutriendo todo a su paso.
Práctica de la anavá: En la vida cotidiana, la humildad se expresa al evitar hablar en exceso sobre uno mismo, aprender de los errores, y tratar a los demás con empatía. Por ejemplo, el Talmud (Shabat 30b) relata que un sabio debe ser «suave como un junco y no rígido como un cedro», simbolizando flexibilidad y humildad.
En el judaísmo, la humildad es un equilibrio entre reconocer el propio valor como creación divina y evitar el orgullo o la arrogancia. En la kabbalá, se profundiza en la idea de anular el ego para conectar con lo divino y los demás, viendo la humildad como un estado espiritual que acerca al ser humano a su propósito superior. Ambas tradiciones coinciden en que la humildad no es debilidad, sino una fortaleza que permite vivir con autenticidad, propósito y conexión con lo trascendente.
Ver texto completo
https://toraverdadyrealidad.wordpress.com/2025/07/03/judaismo-3/