Jesús cuenta la parábola del fariseo y el publicano para advertir contra la autocomplacencia y el desprecio a los demás. El fariseo ora de pie, agradeciendo no ser como los pecadores y destacando sus méritos: ayunos y diezmos. El publicano, en cambio, permanece lejos, con la cabeza baja, golpeándose el pecho y suplicando: “Dios mío, apiádate de mí, que soy pecador”. Jesús declara que el publicano regresa justificado, no el fariseo, pues quien se enaltece será humillado y quien se humilla será enaltecido. El mensaje resalta que la verdadera oración nace de la humildad, el reconocimiento del pecado y la confianza en la misericordia divina, no en los propios logros.