La Liturgia de este Domingo 32, Ordinario, nos invita a la generosidad basada no tanto en lo que tenemos cuanto en lo que somos y lo hace mostrándonos como modelos de generosidad admirable a dos viudas, la de Sarepta quien alimento al profeta Elias con lo único que tenía para sobrevivir ella y su hijito, un poco de harina y un poco de aceite. Y el otro ejemplo la viuda pobre que depositó en la alcancía del Templo las dos únicas moneditas que tenía y sin darse cuenta que era observada por Jesús y puesta como ejemplo ante sus discípulos. El gran mensaje que resalta a la vista en las Lecturas de hoy es la grandeza y el valor de las pequeñas cosas y si aún carecemos de estas pequeñísimas cosas, podemos todavía dar nuestro humilde servicio a cambio de nada, o sí, a cambio de la alegría de poder servir desinteresadamente . Y lo más consolador es saber que tenemos un Dios que observa con ternura las actitudes más allá de las apariencias, un Dios que mira sobre todo las intenciones que nos mueven a obrar en favor del necesitado. Dios no hace acepción de personas, ni se deja impresionar por los que quieren ocupar los primeros puestos, se fija más bien en aquellos que nadie se fija y por lo tanto nunca serán los primeros. Pero resulta que, con Dios gana el que siempre pierde, porque Dios colma nuestra esperanza de ser un día definitivamente valorados y tenidos en cuenta como la viuda pobre del Evangelio de hoy.
Feliz semana realizando con amor las pequeñas cosas que nos hacen realmente felices.
Hna. Maria Ruth