Todo lo que tenemos viene de Dios: el trabajo, la salud, la inteligencia y aún las oportunidades. Las bendiciones materiales son buenas, pero temporales; las espirituales en Cristo son eternas.
El secreto no está en lo que tengo, sino en en quién confío.
Por eso respondemos con gratitud, generosidad y dependencia diaria de nuestro Padre.