El grupo avanza con cautela por los pasillos oscuros y estrechos de la casa. La sensación de inquietud crece con cada paso. El aire frío se cuela por las grietas de las paredes y las linternas parpadean, como si la casa misma estuviera devorando la luz. Al fondo de un largo pasillo, un susurro se vuelve cada vez más claro y perturbador: "Ayúdame..."
Carlos, atraído por una inexplicable curiosidad, se separa del grupo y entra solo en la habitación de donde proviene la voz. La estancia es vieja y desolada, con el crujido constante de una silla vacía que parece moverse por sí sola. De pronto, una figura femenina flota en un rincón oscuro. Su rostro está desfigurado y sus ojos, vacíos, emanan una presencia inquietante que se clava en el alma de Carlos.
La figura se aproxima lentamente, y el susurro inicial se convierte en un grito desgarrador. La escena final muestra a Carlos petrificado, incapaz de moverse, enfrentando el terror de la aparición que se cierne sobre él.